miércoles, 26 de noviembre de 2008

DESDE MI TERRAZA

¿Alguien conoce algún viaje más fantástico que el que don Quijote y Sancho realizaron sobre Clavileño? En un santiamén volaron por los aires, se acercaron al sol, anduvieron no sé cuántos miles de leguas, se sintieron aireados por unos fuelles que tan bien estaban preparados para que surtieran ese efecto, oyendo voces desde las más encumbradas alturas, ascendieron por todas las regiones aéreas y dieron causa para las más generosas risas entre todos los que los estaban contemplando en el jardín. Y, para rematar, todavía Sancho se empeña en hacer creer -pillín y echado para adelante él- que, como primer astronauta de la Historia, ha contemplado la Tierra como grano de mostaza y a los hombres como simples avellanas.

En este inmenso pozo, del que tantas veces saco agua sabrosa, hoy recojo el cubo lleno de la magia y de la fantasía, de la imaginación y del poder multiplicador de la creación. Cada día me cuesta más ponerme en marcha y organizar cualquier salida que no tenga principio y fin en mis pies. Tengo pendiente un viaje largo, y a fe que he de hacerlo pues lo necesito. Apenas aguardo una simple indicación para realizarlo. Pero no es el deseo espontáneo el que me anima sino la promesa. Mi geografía se ha estrechado bastante, mis paseos diarios tienen las distancias bien medidas y alcanzan escaso recorrido. Los fines de semana me redimen de tanto asentamiento.

Pero algo bien distinto es la imaginación. Con ella me desplazo en sexta marcha o a paso de tortuga, no encuentro dobles filas ni camiones cargados en línea continua, los semáforos no están inventariados y no hay necesidad de echar cadenas. Todo es libre y abierto, despejado, infinito. Y, cuando me fatigo de mirar el paisaje, invento otro distinto, lo extiendo y lo parcelo a mi capricho, lo lleno de colores o de sombras, me asiento donde quiero, lo cerco, lo cultivo, lo planto y lo cosecho. Y todo sin sudores, que me canso y no estoy para tanto sacrificio.

Claro que luego vuelvo hasta mí mismo, como don Quijote y Sancho volvieron al jardín, del que no se habían movido ciertamente. Y me aguarda la estrecha realidad. Y ya me cuesta más cruzar la calle sin ser atropellado o mirar sin sentirme perplejo y asombrado. Y un poco triste y acaso hasta con deseos de volver a montar en Clavileño y darle a la clavija de la imaginación y del olvido.

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