jueves, 20 de noviembre de 2008
DE BONA VOLUNTATE
Releo, de nuevo y van…, las largas aventuras de Don Quijote. No quiero resucitar refranes ni consejas pero esto es como aquello, “… todo es comenzar”. Me pilla una situación favorable en tiempo y ocupaciones, me da por abrir sus páginas, y me zambullo en ellas durante largas horas. No siempre me gusta lo mismo, tengo que confesarlo, creo además que está repleto de elementos formales y doctrinales discutibles, pero es un pozo sin fondo y siempre tengo el caldero preparado para que aparezca en el brocal lleno de agua.
Andaba esta tarde sosegándome en los capítulos primeros de la segunda parte. He llegado hasta el XIII. Está a punto Don Quijote de vencer al único caballero que se le ofrece como tal en el camino, el caballero del Bosque, caballero de los Espejos, el disfrazado de tal, Sansón Carrasco, y su figurante escudero Tomé Cecial. Sancho y Tomé se cuentan sus penas en un aparte regado con el queso y el buen vino envasado en bota, con la cual Sancho pasó buen rato mirando las estrellas. Y, alabando a su amo, destaca de él estas cualidades: “Digo que no tiene nada de bellaco, antes tiene un alma como un cántaro; no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga”.
Tengo la impresión de estar rodeado a diario de personas que fían su aprobación a los aciertos o a los errores, sin tener en cuenta el grado de voluntad que se haya puesto en el intento. Y me parece absolutamente injusto. Tanto más si esa consideración la veo en boca de gentes cuya capacidad se muestra tan limitada y su argumentación justiciera la apartan en cuanto se trata de juzgar su propia actividad. Esto de triunfar y de fracasar tiene muchos padres y en el depósito final se mezclan muchas posibilidades. La vida depende de tantas variables azarosas que se nos presentan sin haberlas llamado, que el guiso no se puede degustar sin entender bien todos los condimentos.
Por eso quiero, de la mano de Sancho, reivindicar el valor de las buenas intenciones, de la voluntad abierta y de la figura que viene de frente sin maldades ni dobleces. No corren buenos tiempos para reivindicar voluntades sino para perseguir como sea resultados. Yo, sin embargo, quiero seguirle ofreciendo un trocito de mi voluntad y de mi manera de ser a las buenas intenciones. Me gustaría pasarme un poco más de tierno y bonachón que de listillo.
En fin, amanecerá Dios y medraremos.
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