Nada sucede si no es en el espacio y en el tiempo. Son esas las coordenadas que condicionan todo, que explican al ser humano en sus grandezas y miserias.
¿Cómo controlar esas dos variables? ¿Qué sabemos del tiempo, de sus principios, de sus fines, de su propia existencia? Solo tenemos la certeza de que el sol se oculta cada día y vuelve a estar presente al día siguiente. Y poco más. Es posible, sin embargo, que el ser humano solo traiga a la vida una ilusión vana, la de medir el tiempo. Y en ese afán lo cuadricula casi todo y todo lo distribuye de acuerdo con ese acto voluntarioso de magia que es dividir y tratar de medir el tiempo. Vano intento.
La variable del espacio parece que anda algo más cerca de nuestras posibilidades, y en otro vano intento, vamos y venimos, salimos y volvemos, nos desplazamos y hacemos intercambios, nos aferramos a la lujuria de algunos paisajes o huimos de circunstancias no deseadas.
Pero hay un momento absolutamente especial; es aquel en el que el ser humano, el pequeño ser humano se encuentra de pronto erguido y solitario, con la posibilidad de desplazarse por sus propios medios, con la facultad de levantar la mirada y ver el mundo de frente y a su altura, con la ocasión de ir y venir a donde quiera, con la oportunidad de empezar a marcar sus propios territorios.
Ayer fue un día feliz porque Sara se echó a andar en los pasillos de mi casa. De repente, la magia se tornó realidad y aquella figurita que necesitaba de algún apoyo se dijo allá me voy, a ver qué me espera en el camino, a moverme por mis propias fuerzas. Y no hubo distancias intermedias; fue como si hubiera esperado demasiado pero ahora quisiera recuperar todo el tiempo perdido. Ya en los primeros intentos sintió curiosidad por visitar todos los rincones de la casa por sus propios medios.
Todos le servimos de cortejo, pero ella era la cabecera de la procesión.
Ya tiene Sara fuerzas para mirar de frente, para andar y para hollar los caminos, para caer y levantarse, para andar las mejores y las peores sendas, para pasear y dejar huella efímera en la arena de las playas, para subir hasta las altas cumbres o bajar a los más hondos valles, para visitar a quien lo necesite y para apartarse de quien no se acompase con sus ritmos, para servir de ayuda y de apoyo, para sentir sudores y fatigas, para moldear su cuerpo, para robar la esencia de la lluvia, para correr al alba, para encarar la noche donde mejor se viva, para aspirar la brisa y volver siempre a tiempo a sentarse en la silla donde pensar lo hermoso de la vida, para mudar de sitio, para volver la cara y para hacer frente según las circunstancias, para alcanzar las cosas, para dejarlas luego y compartirlas, para correr en busca de la vida o alejarse de ella, para marcar su propio territorio.
Ayer Sara extendía sus bracitos para hacer equilibrio. Parecía que llamaba al mundo a su presencia, que lo quería acercar ante sus ojos, que lo empezaba a beber a sorbo limpio. Yo la seguí gozoso sabiendo que se iba buscando sus propios territorios y que mi sitio cada vez estará más en esa contemplación feliz de verla más segura.
Ayer fue un día feliz en medio de la lluvia. Sara se ha echado a andar. ¿Qué van a ver tus pies, Sara, hasta que se paren, cansados en el tiempo?
domingo, 31 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Y que su camino que, como todos, no lleva a ninguna parte, le permita encontrar flores de sueños en las cunetas.
Espero que Sara pueda descubrir esa hermosa descripción de posibilidades que has hecho...tiene un buen maestro para hollar caminos.
Publicar un comentario