Corea del Norte, un país empobrecido y con hambrunas, ha celebrado una ostentosa fiesta del Partido del Trabajo, único existente desde hace sesenta y cinco años. Seguramente la desgraciada historia de este territorio explique en buena medida lo que allí está ocurriendo, pero de ninguna manera lo justifica.
Me interesa el hecho por dos razones sobre todo. La primera es la de los sufrimientos de tantos millones de personas en nombre, para más inri, de la justicia. La segunda, que es la que ahora me ocupa, es la del hecho como símbolo que se repite en todas las dictaduras que en el mundo han sido. En todas las dictaduras nace, crece, se desarrolla y NO MUERE un culto a la personalidad que quita cualquier base ideológica al proceso y termina convirtiéndolas en infiernos para los habitantes que las sufren.
Los ejemplos son casi infinitos: los hermanos Fidel en Cuba, nuestro generalísimo y su nieta, Stalin y sus acólitos, las sagas latinoamericanas y africanas y, en el fondo, todas las monarquías habidas y por haber y desde que la historia es historia.
¿Por qué ese culto a la personalidad? ¿Por qué esa sinrazón y esa locura? En las dictaduras de derechas, uno quiere pensar que, en el origen, ha venido un salvador que, a golpe de espadón o bayoneta, ha librado de no sé qué peligros a una colectividad. Desde entonces se convierte en un dios menor, o mayor, y todo se hincha y se pervierte, a favor, claro, de ese imbécil salvador. Como un remedo de religión monoteísta.
Pero ¿cómo se explica esto en las dictaduras de izquierda, si teóricamente los dictadores llegan para arrebatar poder y repartirlo entre los miembros de la comunidad? ¿Por qué esas teorías sociales de reparto terminan concentrando los poderes, los cultos y hasta los arrumacos en la persona del vértice? De ahí a convertirse en sátrapa y en casi divinidad no hay más que un paso. Sospecho que son peores siempre los acólitos que el sumo sacerdote, porque, al fin y al cabo, estos son muchos, más fácilmente suplantables y tienen que defender exclusivamente sus intereses personales, pues la Historia se va a ocupar poco de ellos individualmente. Pero sigo sin entender cómo esto se cumple sin excepción. Los nefastos resultados son bien conocidos.
Me parece que precisamente el culto a la personalidad es una de las razones que han destruido cualquier posibilidad de renovación y cualquier atisbo de ejemplo y de eficacia en tantas dictaduras como han sido y siguen siendo.
Como el hecho parece suceder muy lejos de nosotros, nuestra piel se vuelve dura e insensible. Al fin y al cabo, “Según la ley de Newton, / que relaciona masas y distancias, / casi todas las guerras se producen / muy lejos de nosotros.”
Pero esto es simplemente una ilusión y una filfa. ¿Qué es, racionalmente, una monarquía sino una “dictablanda”? No genera también un culto imbécil a la personalidad y el ensalzamiento de cualquier acción, por nimia que sea, que proceda de sus titulares?
Y aún mucho más miedo me produce la dictadura encubierta que se produce en el seno de los partidos con el culto a la personalidad en la figura de los líderes. Con el carnaval de la unidad y de la eficacia, cualquier gesto del líder de turno se convierte en una orden inferida y en un acatamiento sin reflexión, y cualquier discrepancia en un grito discordante e inoportuno para los intereses de una idea que acaso nadie sabe muy bien qué es. Después se sorprenden de que, en cuanto se produce cualquier escape (elecciones primarias por ejemplo), la balsa se rompe y estalla contra el sátrapa de turno. Otra “dictablanda” más. Y que nos afecta a todos directamente.
Y no quiero seguir bajando el diapasón para no descubrir demasiado las carnes y dejar el cuerpo al aire, que ya va haciendo frío. Cada uno sabrá a qué me puedo referir.
Me asusta ver que tanta fuerza se ponga al mando irresponsable de un Kim Jong no sé cuántos. También me asusta que tantas voluntades (¿o serán más bien intereses personales -eso en mi pueblo se llama egoísmo-¿) se transformen en abulia o tal vez en silencio cobarde. Hay por ahí demasiados tipos de dictaduras.
Vamos a dejarlo ahí, sin meneallo.
lunes, 11 de octubre de 2010
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