Asomarme a la tristeza y descubrir que no hay nadie.
No comprobar que hay nubes en la sierra donde ayer solo era el sol y la luz era toda.
Sospechar al menos que existen otros mundos diferentes a los que sintetizan los telediarios.
Seguir llamando imbécil a todo el famoseo de chichinabo y no cejar en el empeño.
Seguir soñando que por una semana era director general de televisión, que el primer día eliminaba algún programa y despedía a todos los operarios, que al día siguiente me denunciaban en magistratura, que el juez señalaba los despidos improcedentes, que yo me reía en sus narices, pagaba los despidos y no dejaba a los empleados de esos programas ni ir a recoger sus pertenencias, que me destituían a los pocos días del cargo por chulo y por sectario, y que yo me iba tan ancho y tan contento.
Continuar soñando con Bach y sus sonatas mientras contemplo el sol tras la ventana.
Tratar de hacer creíble, desde mi convencimiento, a los alumnos de la UNED que esto del sistema lingüístico y de la palabra es algo formidable.
Dar palique al inglés en un intento extraño de hacerme fuerte en él.
Seguir en el empeño de mi expresión binaria: querer y ser querido.
Leer sin tanto empeño ese texto famoso que interpreta los sueños: no encuentro todo el monte desbrozado.
Dejar correr el tiempo y aguardar el placer de un nuevo día.
miércoles, 13 de octubre de 2010
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