martes, 12 de octubre de 2010

Y DIOS SE PUSO AZUL





Otra vez fue la luz, Dios que se puso azul, o acaso fue el color que se hizo Dios.

Si me repito tanto dando gritos al aire y diciendo que hay días de naturaleza infinita, es porque en verdad existen, se dejan ver con todos sus ropajes y me dejan prendido en sus paisajes.

Béjar se está vistiendo de otoño a marchas forzadas. Después del fuerte calor mantenido de los meses de verano, las primeras lluvias han hecho desplomarse los colores y salir de su armario con sus mejores pintas. ¡Cómo será esta sierra dentro de quince días! ¡Y en el mes de noviembre!

Hoy he vuelto a los senderos que me han llevado desde mi casa por las alturas de El castañar, Llano Alto, la Presa de Navamuño, Puente Nueva, la antigua Presa de la Abeja, el Canalizo, las riberas del río, los castañares y los senderos que me han devuelto a la Corredera.

Y todo ha sido luz y han sido colores. Ya los grises de otoño se han instalado, intrusos, en el medio de las laderas. Pronto lo ganarán todo y será todo otoño. Cada clase de árbol irá dejando cuenta de su ciclo de vida, rindiendo sus tributos a la tierra. Hoy era un día de otoño bejarano, de luz diáfana, de destellos en las hojas de los árboles, de rayos de sol estrellándose en toda la fragancia de los montes. Por Dios que, si hay Paraíso, no puede ser muy diferente a esto.

Hacía mucho tiempo que no pateaba la ruta de El Canalizo, el charco referencia de otros tiempos para la población de Béjar, el remanso de agua donde hace algunos años descubrí la última sirena que me dejó varado el nervio ciático. Allí las aguas siguen frías y cristalinas, diciendo mansamente sus pesares, desafiando los pies del caminante que quisiera de nuevo sumergirse en sus fondos. El prado de las meriendas anda desconsolado, sin apenas recuerdos de tanta gente dentro: ahora casi nadie se acerca a descansar sobre su hierba. Y las peñas, ah, las peñas, dispuestas todas ellas, a la orilla del agua, para asentar los cuerpos y descansar las almas, o acaso para dejar que fluyan corriente abajo, desbocados y libres, camino de ninguna parte y de ninguna ley.

Y encima, siempre el sol, contra la sombra, jugando al escondite con los árboles.

Muy lejos, en las calles de asfalto, dicen que algunos hombres hacían demostraciones con no sé cuántas armas. ¿Qué querrán esas gentes? ¿Qué marcas van mostrando? ¿Quién los mira y se admira de tanta fuerza bruta? Por Dios, que no molesten.

Ahí quedan unas fotos de Manolo que dan buen testimonio.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

¡Qué bien os sientan a los dos estos encuentros con la naturaleza! el alma sensible se os desparrama por los senderos, a ti, recogida en palabras y a Manolo encerrada en su cámara.