martes, 2 de septiembre de 2008

A PESAR DE TODO

MI primer contacto con las aulas. Finísimo y delgado. No soy hombre que crea en la bondad o en la maldad de los suspensos ni de los aprobados. Sencillamente me parecen obligaciones del sistema que procuro eludir en cuanto puedo. Resumir la educación de un curso a un simple suspenso o a un aprobado con número incorporado sencillamente me parece de tarados mentales. Por eso ya solo practico los suspensos con aquellos que voluntariamente se excluyen a lo largo del curso y muy poco más.

A pesar de todo, el sistema es el sistema, y yo estoy dentro de él, como de él y contribuyo con él. Y suspendo a alumnos. Pocos. Muy pocos, pero a algunos. Cuando llega septiembre, mis exigencias se vuelven aún más leves y minúsculas. Ellos lo deberían saber. Pero lo ignoran. Tan escaso es su esfuerzo y tan leve su implicación. Cuando he llegado esta mañana con mis papeles al aula, me he encontrado con que casi nadie se presentaba a cubrir el paripé del examen. Y no creo que nInguno lo haya hecho por valentía ni por enfrentamiento con el sistema. No, claro que no. Sencillamente la vida los ha llamado durante estos dos últimos meses por otro camino acaso más jugoso para ellos. Aunque ello les suponga repetir curso y perder un año. Me cuesta creer en la bondad de tal decisión, o más bien en el arrastre de esa vagancia, pero así están las cosas.

Así que, renegando como reniego de muchas de las interpretaciones que de la educación hacen muchos de mis colegas, vengo en proclamar que existen muchos alumnos a los que sencillamente les resbala el esfuerzo, la concentración y el aprendizaje. Y, de este modo, resulta peor el remedio que la enfermedad.

Como no hay mal que por bien no venga, me regalo en la idea de lo sencillo que es corregir lo que no está escrito y volver a sumergirme en otros días de perspectivas anchas, al amparo del calorcillo de septiembre y al cuidado constante de mi madre, que por momentos recupera brevísimos instantes de lucidez memorables y enternecedores.

A lo lejos suenan día y noche los puestos de las fiestas de esta ciudad estrecha. No los conozco y no sé si tendré tiempo de acercarme algún día por allí. Tampoco es malo el sonido desde la lejanía. Así es mi fiesta.

No hay comentarios: