lunes, 15 de septiembre de 2008

ENTRE LA LUCIDEZ Y LAS LIMITACIONES FÍSICAS


He tenido hoy mi primer contacto con parte de los alumnos que voy a tener en el presente curso. Es una nueva aventura, no conocida por mí en mi ya larga carrera de docente. Suelo confiar mucho en estas primeras impresiones, aunque este trabajo consiste precisamente en ir moldeando las mentes de los alumnos y en ir encontrando con ellos un nuevo camino (ex ducere, educación). Y no son del todo malas. Allí estaban sus caras como esponjas que ven caer encima el primer chaparrón del otoño después de una larga sequía. El camino hay que andarlo y en el camino nos encontraremos. No es nada definitivo, pero no es tan extraño como pudiera pensar cuando me decidí por ello. Veremos.

Estoy en el ecuador del tiempo asignado al cuidado de mi madre. Echo la vista atrás y me salen muchas horas de atención, pero a la vez me parece que fue ayer mismo cuando la traje a mi lado desde Salamanca en el coche. Es el centro de todas nuestras atenciones y de nuestros cuidados. Ella nos corresponde con esa naturalidad que poseen los que no tienen que ponerse la careta del pudor y se manifiestan con la espontaneidad próxima al instinto. A veces nos sorprende con expresiones que nunca pensé que podría recuperar y que encierran sensaciones e ideas que me dejan entre emocionado y pasmado para todo el día. Es todo un muestrario de perlas maravillosas. Me disgusta, sin embargo, ese desnivel que se produce en ocasiones entre su lucidez y sus limitaciones físicas, cada vez más evidentes. Es ahí donde puede alojarse el sufrimiento. El tiempo me sigue permitiendo pasearla por la plaza y airearla, a pesar de sus quejas por cualquier desajuste. Por eso su color es tan hermoso y su cara tan llamativa. Es una reina y yo, en esto, solo en esto, soy monárquico.

También nos sigue permitiendo a Nena y a mí nuestros paseos y escapadas que, quién lo diría, son al menos tan frecuentes como cuando ella no estaba con nosotros, aunque en ratos medidos y breves. La ayuda de Angelines sigue siendo inestimable.
Hasta he intensificado algo las lecturas en los últimos días. Las narraciones que Alberto Méndez recoge en su “Los girasoles ciegos” me ocupan los últimos ratos. Especialmente emotiva me ha parecido la narración tercera, titulada “El idioma de los muertos”. El que pueda que la pille y la deguste: no cuesta más que un menú del día, y tiene una densidad enorme.

En fin que esto toma velocidad de crucero y ya no parará porque la rueda no lo va a permitir. Venga.

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