Nacionalizar las pérdidas y privatizar las ganancias. Olé con las prácticas del liberalismo. Manda cojones. Resulta que el país más poderoso sigue inflando los morros de los poderosos comprándoles sus predios ahora que andan en apuros. Y lo mismo hacen los bancos de los otros países poderosos y avanzados. Vengan millones y más millones no vaya a ser que los ricos se queden con el trasero al aire. Después, cuando anden saneados y el sistema vuelva a la tranquilidad con el apoyo de todos los contribuyentes, será tiempo para volver de nuevo a confiar en las manos privadas. Y, si es preciso, se les da en condiciones ventajosas. Y, hala, a explotar de nuevo. Así se repiten los ciclos económicos y así va girando la historia, esta historia que nos va llevando a todos por delante. Y por detrás.
A mi centro de trabajo siguen llegando los periódicos provinciales y, durante estos días de septiembre, las portadas y las contraportadas, las secciones, los cuadernillos y todo lo que se les ocurre anda lleno de cuernos y de fotos de gente que va a lucir palmito a las barreras o a los burladeros en la dorada Salamanca. Para lo que hemos quedado. Acaso para aquello en lo que siempre hemos estado: Salamanca, arte, saber y toros. Me muero de la risa con el arte. Si acaso el de la historia enclaustrado en las iglesias y conventos y el de la piedra en claroscuro. Y el saber. Qué guasa. Siempre tirando de Unamuno y de Fray Luis. Ya está bien de vivir del cuento, coño. Pero lo aparente sigue siendo lo de los toros, ese espectáculo que reúne a la feligresía más carcamal de toda la provincia y que viene a congregar a dos de las patas en las que se asienta esta comunidad: los ganaderos y los funcionarios. La otra es la de la iglesia y espero que no ande disfrazada y sin sotana en los tendidos, que de todo habrá. Si todo eso se adoba con una prensa absolutamente infumable, nos da una realidad sobrecogedora y adormecida, con procesiones, verbenas y toros como espectáculo permanente. Como mucho habrá que añadir la “novedad” del botellón en los últimos años. Que ya es consuelo. De modo que me acerco a las páginas de cualquiera de ellos y, antes de abrirlas, ya los tiro a varios metros de distancia con el más absoluto de los desprecios. Menos mal que a mí me echaron de uno de ellos por ser avispa cojonera. Menos mal. Cuando lo considero ahora, me siento lleno de vergüenza y reniego de haber participado en un medio durante varios años, por más que fuera siempre una nota disonante.
Y se murió Miguel. Miguel Santos fue un socialista de convicción y de toda la vida, una de aquellas personas que veía siempre desde el mismo ojo. Siempre he dicho que no es bueno que los partidos se nutran de personas que no son capaces de ver nunca nada salvable en las otras formaciones, y menos que tengan siempre a flor de piel hechos pasados que les afecten personalmente. Miguel era uno de ellos. Pero fue un tipo honrado que, desde su humildad, siempre estuvo al lado de los más necesitados y siempre anduvo dispuesto a prestar lo que tenía en la forma en que podía. Ha muerto un buen socialista. Descanse en paz.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
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