domingo, 14 de septiembre de 2008
MAÑANA MISMO
Escribo esta brevísima reflexión en el momento en el que varios millones de españoles duermen nerviosos aguardando el primer contacto con las aulas mañana mismo. Y estoy seguro de que en todos ellos anida algún regustillo de no se sabe qué: el primer contacto, la vuelta a los amigos, ese horario que tanto les fastidia, la cara de aquel que tan bien o tan mal les caía, los libros, la gente nueva, el contraste con el verano que se marcha…
Se pone en marcha un conglomerado de obligaciones, de deseos, de derechos, de sistemas, de grupos sociales, de modos de entender la vida. ¿Qué pasará ahora mismo por la mente de un muchacho de diecisiete años, por ejemplo? ¿Y por la de un profesor que acude al aula por primera vez? ¿Y por la de aquel que acaso anda en sus últimos años de docencia? ¿Y por la de un padre que por primera vez entrega su hijo a otras personas? ¿Y por la mente de la administración? Por esta nada porque la administración no tiene mente para casi nada.
Qué cambio tan enorme pensando en los largos días de vacaciones. A mí me gustaría que nunca hubiera vacaciones y que siempre fuera curso. Quiero decir que no comulgo con que se acumule todo en unos meses y que los de verano se manden al limbo del olvido en lo que a disciplina y a estudio se refiere. En cualquier día del año tendría que ser normal descubrirse con un libro en la mano, con un pensamiento a flor de piel, con una preocupación social a flor de labios. Entonces se estudiaría por afición y no por obligación ni pensando en superar obstáculos como único recurso. No andamos en esas latitudes. Qué le vamos a hacer. Lo he dicho en varios sitios: el alumno que va a aprobar corre el peligro de suspender, el que va aprender corre el estupendo peligro de aprender y además de sacar una nota estupenda. Algo similar ocurre con el profesor. En fin, es lo que hay. Vamos a ello.
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