sábado, 27 de septiembre de 2008

ME REGALAN LAS HORAS



Me regalan las horas para sumarme al gozo de los días, para sentir que hay algo por lo que echar el resto, para descubrir que hay mucho que merece las garras del olvido, para cambiar de aires, para ver la verdad de los contrastes, para matar el tiempo, ese maldito invento de los hombres, para saciar la sed después de los calores del camino, para rezar a un Dios al que no encuentro por más que le interrogo y le suplico (tal vez he de tomarme vacaciones y dejarme llevar por mis débiles fuerzas simplemente), para ver que los días suceden a las noches y todo sigue ahí, para mirar al cielo y contemplar la luz del horizonte, para volver al tajo cada día pendiente de lo inútil de la vida si la razono un poco.

Yo no puedo cargarme de razón pues me sepulta hasta ver la certeza del disparate cósmico del mundo. Nada tiene sentido en perspectiva, todo sucede y basta, pues dos pasos más lejos pierde toda su fuerza y su destino. Tal vez el tiempo habría que acortarlo en lugar de alargarlo, no darle alas al futuro para no someterse a sus dominios, llenar cada momento y que sea lo que tenga que ser.

Y un momento preciso sucedió de nuevo esta mañana. Los caminos ya umbríos nos llevaron despacio desde Béjar hasta Santana, hasta la Centena, hasta el árbol centenario de la Francesa, hasta la Francesa alta, para deshacer el camino en ida y vuelta. El otoño bejarano es la antesala del paraíso, si es que nos obligan a creer en tales cosas. Un día claro de otoño es la luz en esencia, la pureza más clara, el esplendor más limpio. Este camino es otro entre el rosario de sendas y veredas que rodean a esta ciudad estrecha. Pero es algo más este pues todo su trayecto se presenta como arco de triunfo a favor y en honor del caminante. Como la hoja es caduca, resulta igualmente propicio el paseo en cualquier estación del año pues, cuando se desea la sombra, todo se pone de acuerdo para ofrecerla, y en invierno el sol llega hasta el suelo para besar los troncos y las fuentes. Por allí hemos andado a vueltas con la vista y el sabor de las moras del camino, con el aroma y el rumor de las fuentes y regatos, con el placer del buen comer al amparo del sol en un jardín idílico; desde allí hemos regresado hasta casa, al tajo de la vida cotidiana, a seguir con los trabajos y los días.

Aquí estamos de nuevo. Hay que seguir al paso, con la mirada alta, también aquí buscando los placeres del tiempo repetido.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

El aire ha llenado tus pulmones y los colores han alegrado tu vista,lo noto en las palabras.