Me acabo de sentar en mi terraza. Es noche cerrada. Abro la ventana y hasta ella llegan los sonidos de un concierto que suena en el recinto festivo. Es el día de la fiesta grande en Béjar. Este año ni siquiera he ido a ver unos minutos cómo anda el ambiente en las casetas ni en las atracciones infantiles. No me preocupa en absoluto pero comprendo que no es lo normal. Anda uno demasiado alejado de las preocupaciones y de los intereses de demasiada gente.
Hoy mismo suenan voces, no sé si sonidos, de un grupo que se hace llamar Los Delincuentes. Seguramente se escribirá con K y, por supuesto, están “en concierto”. No sé absolutamente nada de ellos ni tengo el menor interés en conocer nada. Los jóvenes corean la letra de una de sus canciones, la que suena ahora. Pienso en lo alejado que ando de esos mundos. Y me preocupa porque a diario tengo que cruzar mis trabajos con los intereses, o con la falta de intereses, de esos mismos muchachos. ¡Son tan diferentes nuestras escalas de valores! Y no tiene demasiado sentido el esfuerzo por ponerse “a su altura”. ¿Para qué? ¿Quién me asegura que sus devociones y sus diversiones son mejores que las mías? Resulta evidente que la escala de valores con la que yo trabajo y que trato de transmitirles tiene poco que ver con la que desde esos escenarios se les traslada. Un ejemplo me sirve. Me juego ciento contra uno a que en la letra de cualquier canción que cantan los de ese grupo se pueden encontrar, si es que están editadas en disco, al menos quince o veinte errores ortográficos, de concordancia, anacolutos, faltas de conexión y otras menudencias. Nada de eso importa. O no parece importar. Es más, casi supone un timbre de gloria para ellos y para los jóvenes que se entusiasman con sus esquemas. Algo falla. Seguramente yo también. Propongo analizar juntos qué pasa con estas contradicciones. Lo he propuesto muchas veces. También a estos y a otros jóvenes. No quieren entrar al trapo.
Acaso hay tiempo para todo, aunque no entiendo cómo se puede desdoblar de esa manera la personalidad. O la falta de ella.
Por la mañana, cientos o miles de personas han subido hasta el Castañar, en otra costumbre que tiene mucho que comentar y que discurrir. También en Béjar, las fiestas no se conciben sin misa, procesión, toros y verbena. Es nuestra piel de toro. Alguien la llamó la España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María.
Pues eso, coño, pues eso.
lunes, 8 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
No lo escriben con "k" sino con "qu"(no suena yankie), y te gustarán.
Hazle caso a Felipe y escúchalos. Yo los conocí por alumnos de 4º y la verdad es que me encantó escucharlos con ellos.
Besos
Publicar un comentario