viernes, 12 de septiembre de 2008

DOS VIDAS TOTALMENTE DIFERENTES

Me pregunto aturdido si la vida es una o son muchas, según los momentos y las circunstancias. Y, como en tantas ocasiones, los principios se me vienen abajo o se me dificultan si la realidad fuera la segunda.

He salido a casi nada, pongamos que a tomar un poco el aire, en este día frío de septiembre. Lo he hecho, como tantas veces, por la calle Mayor. Cualquier otro lugar me hubiera dado un resultado similar. Y he visto dibujadas dos vidas totalmente diferentes. Por un lado los bancos, los comercios, las tiendas, los despachos, la publicidad en los escaparates, con mujeres fantásticas luciendo su palmito, con productos al uso, todos con buena cara, con ropas apiladas para llenar de moda a varias generaciones, con zapatos fantásticos y telas de arco iris. Todo un mundo celeste y de colores aguardando el consumo, el desgaste, el recambio, la compraventa inútil e infinita. Con todas estas cosas, personas peripuestas para agradar la mente del cliente, que no llega ni a tiros. Otra vez he visto las tiendas vacías de personas y atiborradas de productos, en un sinsentido que no tendrá nunca fin y que se agravará, si esto es posible, cada día más. ¿Es que nadie se da cuenta de que en esta sociedad propugnamos el consumo sin tino y que este consumo exige producción y que se produce siempre mucho más que lo que se consume? ¿Por qué, si no, están siempre las tiendas hasta arriba de productos? ¿Por qué se nos acosa con publicidad de todo tipo hasta obligarnos a comprar cada día todo lo que resulta innecesario? ¿Por qué no pensamos alguna vez que la vida es algo más amplio que el consumo y el dinero? ¿Por qué nos hacemos esclavos agradecidos de este esquema que nos ata, que nos estresa y nos degrada en nuestra dignidad de seres humanos? ¿Por qué en los momentos en los que las máquinas producen más que nunca vivimos los desequilibrios más exagerados y andamos al pairo de que, de un día para otro, se nos caigan las bolsas o se arruine un sistema financiero y nos deje a casi todos con el culo al aire? Jamás como en este momento se ha vivido en un sentido de provisionalidad tan grande y con un miedo tan destructivo. ¿No hay nadie que se dé cuenta de esto? Quiero decir de los consumidores, pues los productores andan todos en la vorágine de vender y vender, de adueñarse del mercado aunque el de al lado se arruine, y bastante tienen con la competencia feroz a vida o muerte.

Y no olvido la vida tan distinta que he visto también en la calle. Es la de las personas con nombre y apellido. Esos seres bajitos y rechonchos (los de mejor aspecto andan ocultos: no son horas de lucir sus virtudes virtuales) que contrastan con la modelo del escaparate, que calzan muchos años y se encorvan o tosen, que visten lo que pueden, que se quejan del aire y de este frío repentino de septiembre, que miran y se llenan de lo que ven soñado en los escaparates, que van deprisa al médico, o que miran y sueñan, tal vez ríen o envidian, que miran su bolsillo y su figura y se sienten lejanos de todo lo que les rodea. ¿Dónde están esos lujos en la calle? ¿Dónde esos cuerpos diez de los escaparates? ¿Para quién los productos de todos los colores?
Luego se irán a casa, encenderán la tele y se sumergirán de nuevo en el mundo de la fantasía, aún más encajonada, más próxima en el sueño pues está ahí enlatada frente a frente, a rumiar en silencio la verdad y la mentira, la realidad y la fantasía, la apariencia y el sustrato real de la existencia.

Qué distancia tan grande, qué vidas tan cercanas, qué disparate inmenso, qué necedad tan burda. La vida, un carrusel que no da tregua en esta feria inmensa de trampa y fantasía.

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