miércoles, 17 de septiembre de 2008

PERO NO HE APRENDIDO CÓMO SE MUERE UNO


Estas son palabras de un personaje cualquiera: “He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno”.

Es la muerte el acto más solitario y el más solidario que encara el ser humano. Es muy cierto que se muere uno solo, sin posibilidad de aprender de las experiencias ajenas y sin la oportunidad de transferir la experiencia personal a los demás. Así que seguramente no tiene que ser fácil aprender a morir. Sería, sin embargo, tan beneficioso… Al hecho más seguro no queremos ponerle plazos ni calendario, y eso que hay muchas ocasiones en las que los facultativos pueden medir con cierta precisión ese calendario. Mejor es que nos pille por sorpresa, que no nos dé cuartelillo para repasar nada, que nos sorprenda con las manos en la masa pero sin contar con su presencia, que nos salude y se adueñe de nosotros como si le hubiéramos pertenecido siempre.

Resulta cuando menos atractivo pensar en cómo pueden ser los momentos finales de cualquier persona. Acaso hurgar en ellos tenga más de un poso de morbillo, y no estoy muy dispuesto, pero no me importaría ver una película con caso cierto. Los tiempos, los espacios, las vidas compartidas, la inanidad de todo, el sinsentido cósmico, el adiós a los vivos y más próximos, un resumen de vida, la inconsciencia final… Esto sí es inefable y no otras filfas. ¿Cómo será ese despegue definitivo hacia ninguna parte? La soledad más solitaria, el desprendimiento de todo lo sensible, la sensación vacía, la inconsciencia, el no pertenecerse, los parámetros nulos, el encefalograma plano… la muerte y el olvido.

Seguro que nadie se marcha de estos pagos sin experiencias fuertes. Pero siempre en penumbra, sin compartir con nadie, “en soledad sonora”. “Dios mío, qué solos se quedan los muertos”.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

El olvido es la autentica muerte