“!Oh, la saeta, el cantar /al Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar!” Dicen que el tiempo atmosférico ha dado una tregua para que se desarrollara con normalidad la Madrugá en Sevilla. Por todos los rincones de España se han desparramado las imágenes, las esculturas y los palios, y con ellos los costaleros, los hermanos, los cofrades, los mirones, los vendedores, los arrimados, los curiosos… y todos los que siguen esta liturgia por los medios de comunicación. Hoy lo harán otro tanto. A mí, por ejemplo, me gusta mucho la liturgia, en imágenes o en directo, y con frecuencia miro el espectáculo en la televisión tratando de explicarme las razones de tanto fervor y fervorín. Existen infinitas variantes. Recuerdo el espectáculo de los Empalaos de Valverde, allá en la Vera, las procesiones de Aliste con sus vestimentas talares o cualquier procesión de las de Béjar. Hay un fondo común que las dibuja con lloros y con penas, con sangre entre las manos, con pecado, con actitud de hallar la penitencia. Y aún más en las Castillas, donde todo es silencio, oscuridad y rezos. En todos los lugares parece obligación dar a la calle un Jesús humillado, derrotado, clavado y dominado por la muerte, “siempre por desenclavar”. ¿Por qué esta necesidad de proclamar la cruz y no la gloria? ¿Por qué se exhibe tanto el sufrimiento? Hay una comunión entre el sufrimiento y el espectáculo, es la tragedia al fin la que inspira casi todo. Todo, se asegura, está en función de la Pascua, pero la Semana Santa es semana de pasión antes que nada, la fiesta se contempla en otras partes, lejos de las peanas, de los tronos, de las Vírgenes dolientes y de los Cristos agonizantes.
De nuevo la razón y la pasión se dan el esquinazo. El apasionamiento quiere rito, y sangre y sufrimiento, la predisposición se desarrolla más cerca de las lágrimas, comparte y distribuye más la pena que el salto de alegría. Este hecho me recuerda lo que sucede con la creación literaria, que anda siempre rondando el dolor y las ansias de cambio. Es la creación un acto solitario, desde el desacuerdo con las cosas, en un intento sano por transformarlas. Pero es la creación un acto solitario y el rito un acto comunitario, de hilera tras hilera, de saeta tras saeta, de procesión tras procesión.
Y cantaba el poeta en su protesta “razonablemente”: “!Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar”. Interpretaciones literales y jocosas aparte, que nos llevarían a las arenas y a las playas, uno echa en falta más explosión de gozo, más gloria y menos cruz, más risa y menos llanto.
viernes, 21 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Yo también quiero menos cruz y más sonrisas.
Un abrazo fuertote del tipo más cabreado del día.
Me canso de deciros que os vengáis pal sur. No queréis hacerme caso.
Pues a seguir con la cruz y con el cabreo. Todavía estáis a tiempo. Yo os admito en mi casa para el fin de semana a los 9. Eso sí, a comer a la calle.(incluidos los de poco comer).
Publicar un comentario