martes, 25 de marzo de 2008

LA GRACIA DE IGNORARSE

Era en tiempos un joven que vivía
ignorándose siempre. Cada tarde
fraguaba un mundo nuevo en sus deseos.
El campo se agrandaba y en el cuadro
no era más que un sencillo figurante.
Todo era acción, exceso, desvarío.

Pero creció el guión y fue llamado
a un papel principal en la película:
decisiones complejas, hechos, hijos,
algunos formularios personales;
en fin, los requisitos
de una vida diaria.

Fue en aquellos momentos
cuando desde lo hondo del espejo
fue creciendo una imagen solitaria
con nombre y apellidos, con arrugas
en medio de la frente y de las manos.

Si antes vivía, ahora
se veía vivir: había perdido
la sacrosanta gracia de ignorarse.

Y el tiempo cuajó días y momentos
sujetos a sus ritmos. Los espacios
adquirireron medidas razonables.
Todo pesaba denso y gravitaba
en la esencia feliz de la memoria.

1 comentario:

Sinda dijo...

Broche de oro para lo que quedaba del día.
El viajero acaba de llegar de París. Te manda un abrazo.