domingo, 30 de marzo de 2008

OTROS DOMINGOS

La ciudad sigue sintiendo los fines de semana. ¿Con qué latidos? Tendemos a ordenar todo con algunos referentes mostrencos, de esos que nos dan en mano los medios. Como si la realidad no fuera más compleja y más diversa.
Me despiertan los domingos algunos sonidos que no sé si articulan la realidad de las venas de esta ciudad o simplemente son ecos de alguna verdad muy a trasmano y alejada. Son cosas tan sencillas como las campanas de alguna iglesia o los sonidos de algún coche que conmina a acercarse para animar al “equipo que representa la ciudad”. (¿Qué será eso de representar a la ciudad?). Lo demás son los coches que poco a poco van desperezando las calles y las van llenando de ruidos y sonidos, de algún claxon nervioso, de los que un poco más pronto que tarde se ven con su mochila al hombro, camino de la luz y la naturaleza, de los que, ya mediada la mañana, van saliendo a la calle, poblando las aceras, levantando el rumor de sus palabras, y dando fe de que la vida sigue.
Hay una cantidad de ciudadanos que apenas si perciben la mañana pues sus ojos no visitan la luz, sencillamente duermen, esperan otra luz, la de la tarde. Para esos no hay mañana, ni luz, ni los sonidos de campanas que llaman a los fieles -¿a qué fieles y a qué horas?-. Son sus ruidos las venas de la noche, sus palabras la luz de las bombillas y sus ansias las fieles compañías. Roban tiempo a la tarde y la mañana para dárselo al sueño. Ellos sabrán lo que hacen. Reconozco que los entiendo poco, que no comprendo apenas los horarios cruzados de estas gentes. Pero son sus horarios, los respeto, tan solamente eso.
Y hay otro buen montón de convecinos -los siento más cercanos- que despiertan pegados a sus preocupaciones, al enfermo que sufre, al que se enfada, a aquel vecino extraño que no entiende el valor de la buena fe y de la buena voluntad y todo lo interpreta desde sus ojos chatos y pequeños, al que sueña pensando cómo llenar el día con algo más de amor y de cariño, al que mira y no halla valor ni sentido a sus acciones, al que sencillamente se deja llevar y no hace caso de nada ni de nadie, al que despotrica contra todo lo visible y lo invisible, al que sencillamente titubea y da un paso hacia atrás y dos hacia adelante, al que cree y descree, al que se altera y al que no siente nada y se halla en el país de la ataraxia, al que …
Hay mucha vena suelta que conduce a un mismo corazón, son muchos los latidos, los ruidos, los sonidos, los ecos, los silencios de esta ciudad estrecha y encogida también en un domingo. Incluso en un día gris como el de hoy, que invita a recogerse en la terraza y a mirar cómo late, dormita y se despierta esta ciudad de Béjar donde habito. Cualquier otra ciudad es semejante, es lo que pasa, como cualquier persona, como yo mismo, sin ir más lejos.
Ayer fue día distinto, y la tarde del viernes. Fue la ciudad sin límites, rompeolas gigante de Madrid. Todo exageración, todo bullicio. Salvo aquel rinconcillo, en aquel parque, en aquel edificio, en aquel piso, donde estaba mi madre con mi hermana, donde pasé las horas contemplando su lento apagamiento, su tamiz por los días y los años, su cariño, sus besos, mi fastidio por no saber mezclar con algo de calma razón y sentimiento. También esas son venas que laten densamente en mi cabeza.

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