viernes, 28 de marzo de 2008

SITUACIÓN EN EL ESPACIO

Me gusta proponer como esquema de aproximación al conocimiento de un autor literario –sirve para cualquier tipo de creador- el siguiente: a) Situación en el tiempo; b) Situación en el espacio; c) Formación y carácter; d) Obras (títulos, estilo); e) Importancia. Naturalmente, todo orientado a lo que realmente importa que es la lectura de los textos.
No sé si, en realidad, no será también bueno para el conocimiento de cualquier persona normalita, con mínimas adaptaciones. Incluso para aplicármelo yo a mí mismo, como tipejo normal y cotidiano, en ese intento clásico de “gnosce te ipsum”. Hoy me provoco un juego solo con el segundo de los elementos: situación en el espacio. Soy de escaso recorrido geográfico, lo reconozco, tanto como para hacer pensar incluso a alguien que no he salido de las sierras de Candelario. De hecho, si hago cuentas, las cuatro palabras que tengo encuadernadas –bueno, son alguna más que cuatro- hacen referencia a los parajes que me han visto nacer, crecer y vivir. Parece como si todo se agotara en esos hitos, como si todo se acotara en esos parámetros. Los ríos y las peñas, las encinas y los montes que me ofrecieron las primeras luces los tengo en mi retina marcados a sangre y fuego y me sigue gustando destacarlos. Formo parte de ellos, en el fondo soy ellos. Por eso, conocerlos, remansar mi imaginación en su geografía, retocarlos mentalmente supone un efecto laudánico para mí, y, ay, algunas veces, cualquier mal entendido con otras personas. Pero qué voy a hacer si yo me encuentro a gusto. Al fin y al cabo, el mejor vehículo para viajar es la imaginación, y en esto estoy con Borges: el mejor sitio para viajar es una biblioteca.
Y junto a los paisajes las personas. También ellas me definen. Ya lo he dicho otras veces, no entiendo el concepto de ser humano sin la incorporación de la presencia de los otros. Que me perdone el magisterio de Ortega, pero voy un poco más allá de lo que propone en aquello del yo y las circunstancias. Desde hace mucho tiempo, casi todo el tiempo, vivo en una ciudad estrecha y pequeñita, a medio camino entre el conocimiento general y esa otra versión intermedia de conocer de vista a tanta gente y a poca por los nombres y los parentescos, los caracteres y las acciones. O sea, que crees conocer a mucha gente y, en realidad, no conoces de verdad a casi nadie. Acaso ni a ti mismo. En mí supone esto una indefinición que se concreta incluso en los comportamientos por las calles y aceras. No sé cuándo tengo que decir adiós, cuándo tengo que levantar la mirada, o cuándo tengo que apartarla discretamente. Este sencillo acto me provoca demasiadas situaciones embarazosas. Si a ello le sumamos mi carácter retraído y dubitativo, bien puedo parecer con frecuencia un tío sieso y antipático, cuando he reconocido que únicamente aspiro a querer y a que me quieran. ¿O acaso es mi carácter el que se explica por estos límites geográficos y por esta extensión de población? Otra vez afirmaré que la causalidad es múltiple, pero esta variable acaso no sea poco importante.
Situación en el espacio. Qué gran foco en la vida y qué espectro tan amplio. Casi asusta asomarse a la ventana porque el campo que se ofrece a la vista es casi inmenso. Pero sentarse un rato a la ventana, abrir muy bien los ojos, mirar serenamente hacia lo lejos, urdir bien los espacios, tratar de comprender a las personas y tejer un esquema de conducta parece operación bien provechosa. Habrá que echarse a ello. Hoy solo fue un detalle.

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