He vuelto a ver imágenes del Jerte, tan reales como las que vi hace quince días, aunque a través de la caja tonta. Ya es todo un valle blanco, es semen vegetal en las terrazas, es esperanza cierta de larga primavera. Y eso que no ha llovido, que con agua sería el paraíso en estas tierras. Por aquí todo apunta, pero es zona tardía. Los prunos, los cerezos, las mimosas, algún castaño pronto, y el resto que se asoma lentamente a divisar la vida en forma de botones y colores rojizos en las ramas, en espera de verdes frondosos y brillantes. He pateado el borde del pantano. Qué bajo, qué dispendio. ¿Adónde se ha ido el agua? Las montañas escurren pero la nieve es poca y escasea. Hay un azud que vierte las sobras de las faldas de la sierra en el cuenco profundo de la presa. Necesitamos agua. Que llueva, que diluvie, que nos anegue a todos. En fin, la primavera, también en estos pagos, es primavera tarda, pero es agradecida cuando llega.
¿Por qué se empeña tanto la gente en condenar al otro? ¿Por qué esos regodeos en ser clasificados, en situar a todos en uno u otro lado de la lucha? ¿Por qué decir es bueno o no alcanza la altura suficiente? ¿Quiénes somos nosotros para fijar sentencia? Está bien que opinemos, pero hay muchas maneras de mostrarnos, de dar nuestra opinión sobre los hechos, de echar un cuarto a espadas. Cuidado con los otros que son seres que pasan por la vida con su miseria a cuestas; también con sus grandezas y sus días de fiesta. Igual exactamente que nosotros. Además, me pregunto si merece la pena. ¿Es que no estamos todos condenados? Nos condena este tiempo que nos lleva, que nos aleja siempre de la vida, que nos mira y se ríe de nosotros, que sigue su camino que es siempre el del olvido. Nos condena la vida cada noche, mientras despide al día y no hay nada salvable cuando haces el recuento. Nos condena el presente, siempre contra el pasado, huérfano del futuro, siempre instantáneo y muerto y siempre condenado a ser también olvido. Nos condena la vida por las calles, tan cerca de nosotros, tan solitaria siempre y tan lejana, a pesar de tan cierta cercanía. Nos condenamos todos por vivir solitarios en medio de las grandes epidemias que pueblan nuestras calles, nuestras plazas, los coches, las aceras y las casas. Es sino del futuro, estación que ya aguarda, un final de trayecto muy confuso detrás del horizonte. Y el tiempo, y la existencia, y el espacio, que nos devora siempre, a cada hora, también en esta tarde, mientras dejo estas breves palabras que no hacen otra cosa que vivirme para desvivirme un poco más, un rato más, un rato menos. Acaso no es la muerte aquello que más temo; tengo miedo a mí mismo pues tengo que vivirme y desvivirme y es todo al mismo tiempo.
sábado, 15 de marzo de 2008
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2 comentarios:
Antonio, veo que hiciste tus deberes antes de dedirate a "los placeres de la vida". Yo también hago los mios, lee con atención:
A los ojos de Jesús, Sidón y Tiro fueron calibradas como equivalentes a Sodoma y Gomorra. Eran ciudades dedicadas al comercio, ricas y prósperas, centros de vicio y de impiedad. Jezabel procedía de Sidón. Era una princesa, la hija del rey de Sidón. Ya se puede comprender su reacción, acostumbrada a una vida licenciosa y refinida, cuando se trasladó a un ambiente rural, Jezreel, ciudad en que la vida era simple y austera en comparación, donde se hacían esfuerzos para vivir al servicio de Jehová.
La religión judía no era pura. Jeroboam había vuelto a organizar el servicio al becerro de oro pero también había el culto a Jehová. Samaria era intolerable para Jezabel, tal como era. Por ello, al ver que Acab, su marido, era un hombre sin carácter, ni voluntad, decidió tomar las cosas bajo mano. Sustituyó poco a poco el culto de Jehová por el culto a Baal. Suprimió el primero, simplemente, eliminando a los profetas. Y con ello empezó la lucha a muerte entre Elías y Jezabel. Jezabel era la que instigaba el mal que Acab permitía.
HAY MUCHO MÁS, PERO , COMO TÚ Y YO DECÍAMOS, MUJER Y DE VIDA MUY ALEGRE.
Si es que con estos nombres... Pero ¿qué haces levantada?
Duérmete, niña, duérmete ya...
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