miércoles, 19 de marzo de 2008

LA OTRA REALIDAD

(Para Sinda y compañía, que andarán con Er Pazo en Benalmádena y atisbando El Cachorro por las calles de Málaga)
Tengo amigos que viven en la costa, a la orilla del mar Mediterráneo. Buena envidia me dan de vez en cuando, por ejemplo estos días. Quiero creer que allí la conversación es sosegada, que la razón se impone pero manda sus ratos la sagrada quietud de la inocencia, que los recuerdos llaman y actualizan el tiempo que pasó, y que así el presente se hace más llevadero. Alguno sé muy bien que es del Cachorro, del Cachorro de Málaga, aunque su fe circule en línea curva.
Repaso en mi memoria la fe de tantos otros que estos días procesionan, deambulan por las calles, lanzan olés al cielo, se recogen cuando pasa el Señor o la Señora, algunos lloran lágrimas de pena, jalean una saeta, y al rato si te he visto no me acuerdo: comen pipas, helados, fuman cual carreteros, vocean al señor de la otra acera, reniegan por el tiempo o por los precios, qué sé yo cuántas cosas. En esta ara gigante que es Castilla, uno observa tres cuartos de lo mismo. Tal vez con más silencio por las calles, acaso con hileras más serias, pero con la misma disposición a cambiar la adustez por la sonrisa en cuanto acaba el acto.
En sus “Meditaciones del Quijote” dice Ortega: “Las cosas tienen dos vertientes. Es una el “sentido” de las cosas, su significación, lo que son cuando se las interpreta. Es otra la “materialidad” de las cosas, su positiva sustancia, lo que las constituye antes y por encima de toda interpretación”.
Trato de aplicar esta idea a la realidad de la Semana Santa y me aparece un mundo dual pero real en las dos vertientes, la realidad de la interpretación y la realidad de la materialidad. Me resulta difícil entender la emoción de una ´levantá´ desde la realidad de las cosas, desde la linealidad y la geometría que supone poner de acuerdo los esfuerzos de unas cuantas personas simplemente para que no pegue un paso o un trono en la pared de la esquina, pero me resulta emocionante (o al menos les resulta emocionante a ellos) la conjunción de sentimientos que se reúnen en ese acto geométrico y sencillo. Prescindo de la consideración de que las cosas sean por sí mismas; ahora solo me interesa constatar que las cosas son también, y de qué manera, cuando se las interpreta, cuando se someten a la concreción vital que les damos los humanos en un espacio y en un tiempo. Sospecho que esa interpretación es deudora de numerosas variables históricas que se pueden moldear y modificar, que se pueden someter más o menos a criterios racionales, pero que, a la hora de ponerse en contacto con las demás cosas -con la interpretación- pierden un poco de pie en su esencia y convierten su naturaleza en pasión y fuerza interpretativa. Por eso quizá tengamos que hablar no tanto de realidad como de realidades, de concreciones múltiples detrás de las sustancias. Incluso me permito dudar de la esencialidad de las sustancias pues todo se nos va en actos concretos.
Dicho en claras palabras -que hoy ando en Ortegalandia-: me explico en un nivel de realidad todas las procesiones, todas las expresiones de la Semana Santa, el rito de la vuelta de la vida con cada primavera. Desde el otro nivel de realidades, todo se me destruye, se me vienen a tierra los palos del sombrajo. Y me instalo en la duda, como siempre, pues no sé qué nivel de realidad es el que me conviene ni el que debo vivir. Y, por supuesto, dejar vivir a todo el mundo.
N.B. Léase Cautivo donde se ha escrito Cachorro. Sorry.

2 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Hace unos meses se me murió Manuel Sánchez, un anarquista de raíz al que conocí hace cuatro años: un hombre de 92, entrañable, dicharachero, cultísimo a fuerza de sí mismo pues nunca estudió en ningún sitio ni se graduó en nada. Mi encuentro con él fue casual, pero nuestra relación fue creciendo y terminó en largas conversaciones y amistad sentida. Durante la etapa republicana de la Guerra Civil en Málaga impulsó y gestionó colectivizaciones, luego se alistó en un batallón de milicianos ("Estábamos todos tan imbuidos del espíritu anarquista, que rechazamos la militarización, porque ésta nos hacía per¬der la savia..."), estuvo preso y salió de la cárcel, pero en los años 50 (“no me dejaban en paz”) se exilió a Francia y no volvió hasta que murió Franco.
A sus 96 años defendía el anarquismo con más vigor que cualquiera de los jóvenes de su sindicato. Era un hombre cabal, de cuerpo entero. Y malagueño de raíz: le gustaban los toros ("Ya ves –me de¬cía-, un anarquista; pero, ¿qué le voy a hacer"), futbolero del Málaga hasta el final y devoto del Cautivo (si te hubiera oído la blasfemia de confundirlo con el Cachorro –que es de Sevilla- te hubiera lanzado un anatema CNT-FAI).
En la Semana Santa de hace un año Manuel, herido de neumonía, prometió salir tras el Cautivo, pero ya no pudo. Y es que tras el Cautivo va gente que cree y gente que no cree en nada, porque –dicen- “el Cautivo es otra cosa”. En la pasada madrugada del Lunes al Martes Santo treinta mil penitentes le siguieron durante cinco horas por las calles de Málaga. Se dice pronto.
Me siento en deuda con Manuel. Por eso, Antonio amigo, te animo y te emplazo a que el Lunes Santo del próximo año salgamos los dos tras el Cautivo y le cumplamos a Manuel su frustrada promesa.

Antonio Gutiérrez Turrión dijo...

Valga la precisión del Cautivo por el Cachorro. Valga la ilusión, no la promesa -por si acaso-, de seguirlo algún año por las calles. Yo hoy mismo necesito penitencia pues no sé cómo purgar ciertas indiscrecciones cometidas que aquí me callo. Abrazos.