Me asiento lentamente en la geografía bejarana, cuajada en la lujuria del paisaje, después de haber velado las imágenes con otras del mar mediterráneo. Qué paletada de ocres la que dan la ladera de la sierra, la umbría del Castañar y los árboles del valle. Todos los amarillos, todos los rojizos, los más y menos verdes de la hojas perennes, el arco iris pleno. Si todo lo sazona una luz tan diáfana como la de esta tarde, entonces ni te cuento. Todo es ver y mirar, y contemplar, y gozar, y sentir satisfacción, y seguir contemplando.
En medio de este ambiente positivo, recupero noticias del largo fin de semana en el que anduve un poco ayuno de las mismas. Y sigue el mismo sonsonete de la sentencia del 11-M. Los conspiradores se agarran al asa de la "autoría intelectual", un concepto jurídicamente tan vago que no resiste el cedazo de un primer curso de la ESO, pero que a ellos les dará carrete para seguir vendiendo y traficando con el morbo y con la sangre de los muertos. El mercado y el papel lo aguantan todo. No hace falta ser precisamente sabio en asuntos legales para reconocer que en un juicio se juzgan los hechos que a él se traen, no las conjeturas que se fabriquen en los pasillos. Y que, para condenar, en un sistema tan garantista como el nuestro, tienen que probarse los hechos que se someten a juicio. Lo demás son conversaciones de barra y de despacho. Es verdad que, si hay evidencias de colaboración necesaria o de inducción concreta a la comisión de un delito, el código señala penas y castigos y, como tal, se aplican. Pero, si no, no hay tal; se condena al actor del crimen y a otra cosa. La realidad jurídica es la que es y no caben más elementos.
No está de más, en todo caso, que se siga investigando todo lo que razonadamente induzca a la sospecha. Razonadamente, no por conveniencias comerciales, que traficar con muertos sí que merece intelectual y moralmente una condena absoluta. Pues los conspiranoides se agarran desesperadamente a cualquier elemento de último orden en un sumario complejísimo (casi doscientos muertos, cientos de abogados, miles de pruebas, el infinito de folios...), en el que lo normal es que no todo encaje a la perfección, con tal de darle a la matraca hasta que por aburrimiento nos maten o los matemos. De modo que seguiremos teniendo asunto para rato: ha sido tal el varapalo y el desprestigio, que reconocerlo supone dejar demasiadas plumas en el gallinero. Con el asunto vago de la "autoría intelectual" se les permiten todas las posibilidades. Pero entonces que también se me permitan a mí. Por ejemplo que considere que uno de los inspiradores fue Aznar por la implicación en la guerra de Irak. No parece que esté lejos de la lógica y del sentido común. A juzgarlo y a la trena. Cuidadito con estas vaguedades, que dan para todo pero no precisan nada.
¿Qué podría pensarse sobre el autor intelectual del nacimiento de una persona? Por ese camino, todos vamos a ser padres de todos. Lo voy a copiar poéticamente con un poema de Ángel González, y que me perdone por traer sus versos a este contexto:
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan solo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Y, por favor, ya que se vayan de paseo y nos dejen en paz. Fin.
lunes, 5 de noviembre de 2007
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