miércoles, 7 de noviembre de 2007

COSICOSAS N

La visita a los médicos me gusta como a los gatos el agua. Pero uno tiene que irse cuidando y dándole alguna ayuda a este cuerpo serrano. Me gusta hacerme de vez en cuando una analítica general para ver cómo anda la carrocería del coche y por si hay que ponerle algo de diésel al motor. Reconozco que esto tiene algo de morboso porque uno anda expuesto a que en cualquier control aparezca cualquier anomalía que te deje preocupado para los restos. No sabe uno si al final no es mejor aplicar aquello de que ojos que no ven corazón que no siente.
El caso es que esta mañana, en ayunas, como manda el protocolo, me he acercado a la consulta del analista, con mis brazos preparados para el pinchazo y con mis ánimos algo menos predispuestos que mis brazos. Con un poco de retraso, aparece el doctor, conocido por mí, todo cortesía y amabilidad. Me comoda en la silla y yo me remango la camisa en actitud de cordero degollado. Se demora en cumplimentar unos papeles mientras yo no hago otra cosa que elucubrar y sentir aguijones por todos los brazos, como si me hubiera puesto la venda antes de sufrir la herida. Algunas palabras sueltas a las que yo, como el peor paciente que soy, no atendía. Cuando estaba en el peor de los mundos, hete aquí que se me suelta el doctor conocido y amable con la sintonía de la COPE, y, además, a buen volumen. El predicador diario andaba poniendo a escurrir a la fiscal del caso 11-M. ¿Por qué para ejercer la crítica hay que acudir al insulto continuo y además de tipo personal? Enseguida volví en mí y estuve a punto de saltar de la silla. Menos mal que ya se aproximaba el médico con la jeringuilla, pescando vena y entrando a matar sin contemplaciones. Por si fuera poco, me tuvo que arrebatar dos tubos enteritos. Y sin desayunar. En cuanto pude, firmé el recibo, me despedí con cortesía, alcancé las escaleras y salí a la calle huyendo de las agujas y del imbécil aquel que seguía insultando en el púlpito copero.
Espero que, cuando el lunes vuelva a recoger los resultados, el amable y cortés médico no me reciba otra vez a golpe de improperios radiofónicos. Como no habrá agujas, puede ser una visita hasta gozosa. A ver si es verdad, doctor.
Lo demás, casi como esto: cosicosas de diario: clases, lecturas, diario, paseíto y poco más. Otro día al coleto. Otro día de sol otoñal, de colores y de sensaciones varias. Cosicosas.
Voy a dejar aquí el regusto de un poema de Brines. Por si alguien lo quiere degustar conmigo:
La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la venganza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

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