martes, 13 de noviembre de 2007

DESDE MI TERRAZA

Hoy el discurrir de la vida me ha llevado hasta los Praos, una barriada óbrera de Béjar, a convivir con una asociación de mujeres que se reúnen cada martes y cada jueves y que, de vez en cuando, me invitan para que les hable sobre lo que tenga a bien. Me cuesta decidirme porque una buena comunicación tiene los elementos que tiene y uno no sabe muy bien cómo acertar con las condiciones del receptor. El caso es que hoy, ni corto ni perezoso, me embarqué en la lectura de poemas que tienen como tema la ciudad de Béjar, sus entornos y sus personajes más conocidos. La osadía tenía sus peligros porque al olmo nunca hay que pedirle peras; quiero decir, con respeto pero sin rodeos, que hay lo que hay y este grupo de personas llega hasta donde llega y sus aficiones son las que son. Pues creo que la experiencia ha salido muy pero que muy bien. El silencio, las explicaciones sencillas, la proximidad de los temas, las formas populares... han concitado un ambientillo agradable y provechoso. Les propuse un ejercicio de imaginación positiva y creo que hemos conseguido con creces lo que nos proponíamos. Esto me viene a confirmar, una vez más, que la poesía es más accesible que lo que parece a primera vista, sobre todo si va adobada con una pizca de explicación y no se eligen poemas de estructura complicada. La poesía escrita con tema bejarano ayuda bastante pues, aunque buena parte no cumple una altura creativa muy alta, acerca los temas y las formas de una manera evidente.
Esta tarde hemos repasado imaginativamente el Castañar, la Fuente del Lobo, la Sierra, el Río Cuerpo de Hombre, el Tomillar, el Bosque, el Reloj de San Gil, la Calle Mayor, el Parque, hemos revisado la figura de algunos personajes, y hemos rendido pleitesía a autores bejaranos: José Luis Majada, Julián Martín Carrasco, Luis Felipe Comendador, Emilio Muñoz, Carlos Murciano, A. G. T., Ceferino García Martínez... En este tono hemos elevado un poco el ánimo de los que allí se habían juntado, sobre todo en lo que se refiere al paisaje, que en estos días anda por aquí de auténtica lujuria. Imaginad la estampa de una figura humana debajo de un castaño, con las hojas cayendo lentamente -dejadme que lo diga en otras palabras: ungida con el semen vegetal- y rodeada de toda una gama de colores amarillos y rojizos. Yo la he visto estos días y la imagino a cada hora. Pues por ahí hemos andado, luciendo palmito en el paisaje. Otras presunciones ni son buenas ni son reales, pero esta sí.
Aún me ha dado tiempo para sentarme un ratito en mi terraza, desde donde he visto cómo un sol ya tibio se alejaba monte arriba hasta despedirse en lo alto de la sierra, mientras un enjambre de estorninos dibujaba piruetas en el aire. ¿Os lo imagináis? Cielo límpido, aire puro, sol diáfano, pájaros dibujando sin fin (jamás he visto geometrías tan cambiantes como las que dibujan estos pájaros), colores densísimos en las hojas y en el suelo, la sombra de contraste, el río rumoroso ahí en lo hondo, un poco de música, algo de lectura y yo repantigado en mi sillón mirándolo todo y anegándome de luz y de colores.
Alguien a mi lado me miraba, yo la miraba, nos mirábamos, sentíamos, vivíamos. Pocos sentimientos tan poderosos como el de la contemplación. Ahí estamos. Al menos por esta tarde. Desde mi terraza.

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