El popular Círculo de Lectores me surte, desde hace tiempo, de libros que entresaco de su corta pero jugosa oferta literaria. He leído en los últimos días la antología poética de Francisco Brines "Todos los rostros del pasado", preparada por Dionisio Cañas.
Creo que no conozco mal la poesía de la llamada Generación del 50. Desde aquella antología comentada del colega Angel Luis prieto de Paula, magnífica para mi gusto, hasta los estudios de Carme Riera y las diversas ediciones de las obras de casi todos los autores. Quizás Paco Brines haya sido uno de los menos frecuentados por mí. Es esta una generación de la que seguimos bebiendo ahora mismo según entiendo, sobre todo en esa rama boscosa denominada poesía de la experiencia. Me gusta esta antología porque retrata muy bien la esencia de la poesía del valenciano Brines. Es Paco Brines un poeta de la elegía y de la meditación. Sobre el telón del paisaje, que mantiene la materia como fondo, se alzan los temas eternos que sustentan al hombre: la vida, la muerte, el amor... Los de siempre. Y con ese sustento el poeta, su vida y milagros, sus miradas, sus consideraciones, sus conjeturas, la certeza de sus sentimientos que se alargan elegíacamente hacia el pasado y que se estiran meditativamente hacia los lugares transfronterizos del tiempo y del espacio. Y un elemento salvador de todo ese mundo: la palabra, la palabra poética que es capaz de resucitar y de poner en pie todo ese mundo. Si no de crearlo, si al menos de recrearlo y de darle nueva forma y nueva vida.
El poeta vive acabándose siempre y aspira al mantenimiento o a vivir de otra forma la realidad mostrenca. Solo le quedan dos caminos: vivir en la acción o vivir en la recreación poética. Cuando el poeta vive, tal vez no escribe. La escritura parece que siempre tiene un poso de nostalgia, de elegía, de resignación y de fracaso. Quiero creer que también lo tiene de intento de vivir más intensamente lo que de manera inevitable nos lleva a la desaparición. ¿Qué pinta el ser humano en ese todo de la naturaleza y de los demás seres que viven y pululan sin saber de nuestra existencia individual? Porque, a la vez que formamos parte de un todo y todo nos concierne y hasta nos pertenece, caminamos muy solos y hacemos el camino con nuestra propia mirada, con nuestras sensaciones particulares, con nuestro mundo individualizado. Saber en qué medida podemos contribuir mejor a la evolución de todo, desde la acción o desde la contemplación y la meditación, no me parece tarea sencilla. No es Brines un poeta de ciudad ni de bares y experiencias nocturnas o alcohólicas, tampoco parece que haya contribuido demasiado al cambio técnico del mundo ni que haya propiciado un cambio sociológico y político, pero su reflexión y su mirada, su contemplación y la resurrección del mundo a través de sus palabras sí pueden haber supuesto un empuje grande a la visión y a la contemplación de otros seres. Yo me siento bastante próximo a la poesía de Paco Brines y aquí dejo constancia de ello. Y ello no me hace renegar de la creación que ensalza el ingenio o que resuelve escenas inmediatas. Qué va.
martes, 6 de noviembre de 2007
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