sábado, 24 de noviembre de 2007

TAMBIÉN HOY DE PASEO




"Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo". Y volaba casi a la altura de nuestras cabezas. Vaya un frío raspón el de esta mañana por los caminos de Fuentebuena, Sanchotello y Navalmoral. Otra vez a las nueve me he echado al camino con dos deportistas montañeros de los de postín; nada menos que Manolo Casadiego y Jesús Tiedra, "Trucho". Ellos llevan toda su vida en el camino, yo no soy más que un acólito que se lo pasa bien en contacto con la naturaleza y dejándome llevar por ellos.
Para mi ventaja, decidieron acortar la caminata nada menos que en ocho o diez kilómetros. El aire provocador tuvo la culpa, toda la culpa. El caso es que el coche nos acercó hasta Fuentebuena, hasta la plaza en la que una fuente de agua cristalina soporta un cartel de "no potable". Toda me la bebería yo en caso de sed. Allí mismo duerme un local muy conocido por la gente de Béjar que se acerca a comer buena carne y a beber mejor vino. Nadie por las calles. Solo un buen número de perros que parecían terminar su serenata del viernes por la noche se acerca a nosotros. Uno de ellos se encara con sus ladridos, semiconvencido de que nos tienen que hacer notar que no somos habitantes del pueblo. Otro, sin embargo, se deja acariciar en el lomo y emprende a nuestro lado una ascensión que el aire y el frío no nos permiten hacer con calma. A medida que nos separamos del pueblo, el panorama que ofrecen las sierras bejaranas y la llanura del valle del Sangusín resulta más atractivo. La visión, siempre un poco encogida cuando se mira cerca de la sierra hacia ella, se hace ahora más amplia. Todo el fondo es gris, pero amplio, amplísimo. Al otro lado del travelling, la Sierra de Francia, con sus picos, y las lomas redondeadas de la sierra de Valero, con el Cervero en lo alto. Todo el sur de Salamanca está vigilado por altos coronados por vírgenes: el Alaíz, el Calvitero, la Peña de Francia... ¿Por qué nos vigilan tanto? Ojalá nos echaran encima los mantos de la justicia social y de la solidaridad, que buena falta hacen.

Tras un buen rato de camino, coronamos una cima que, a la vez que ofrece la mejor vista de las sierras y del valle, selecciona y agita los aires más fríos y ligeros, y da vista a una nueva visión de la parte más al este del Sangusín. Desde lo alto se divisa Sanchotello, ahí abajo, Valdelacasa, Ledrada, San Medel, Valverde, y al fondo Guijuelo. Otros pueblos parecen posados y ateridos en las laderas de estas suaves montañas. Pronto nos sumergimos en un robledal ya oscuro pero con las hojas en sus ramas. Ahora el frío es menos intenso: el abrigo de los árboles nos sirve de refugio.
Valdehijaderos se adivina detrás de una montaña, pero ahora llegamos a Sanchotello. El pueblo nos recibe con el mismo frío y con algunas personas que van despertando lentamente y encarando las calles y los aires. "¿Qué, de caza?". "A ver si cae algo". "Vosotros no cazáis ni en la cazuela". La gente del pueblo no concibe que tres chalados se hayan echado al camino si no es para cazar. Sin duda, su roce continuo con el campo explica esta reacción. Nosotros sonreímos y seguimos con nuestros pasos ligeros hendiendo las ráfagas del aire helado. Nos acercamos hasta el apeadero del tren, hoy totalmente abandonado, con el fin de reponer alguna fuerza al amparo de cualquier refugio. Imposible con la meteorología. Marcha atrás, vuelta hasta el pueblo y parada junto al ayuntamiento. Cuando nos disponemos a tomar las once, aparece milagrosamente el dueño de un bar y el refugio se hace real cerca de la puerta y de la barra. Allí comimos, allí bebimos un buen vaso de vino, allí la señora nos vendió unas exquisitas tapas de bacalao caliente, allí mis compañeros tomaron un café calentito y allí, en fin, charlamos con la dueña sobre el comportamiento de un grupo de rumanos que no parece que se hayan adaptado demasiado bien en el pueblo según las explicaciones que se nos dieron.
Comidos y bebidos volvimos al camino. Esta vez a la carretera, no al sendero, para volver hacia Navalmoral en ligeros pasos, en sana compañia, arreglando a nuestra manera el mundo, disfrutando a pesar de todo del frío, divisando el paisaje, ahora sobre todo de fresnos desmochados y bien desnudos hasta la incipiente primavera.
En suave ascensión llegamos hasta Navalmoral. Nada especial que contar de este pueblo, alargado y por encima de la carretera, donde Juanjo se ha hecho su casa, que, cuando pasábamos, echaba humo por la chimenea. El frío nos aconseja seguir camino y dejar la visita para otra ocasión. Algunas casas nuevas mejoran el aspecto de la parte más vieja e histórica del pueblo.
Un trecho de carretera ascendente y un camino aún más empinado nos suben de nuevo a una altura desde la que el panorama vuelve a ser amplio y hoy gris. Un último empujón y una calleja nos dejan de nuevo en Fuentebuena. Todavía nadie por las calles. Otra vez los perros, que siguen en grupo saludándonos con sus ladridos, la fuente cristalina y el bar de la carne cerrado a cal y canto. Hoy todo se comprende.
Pero la naturaleza es para gozarla también en estas condiciones. Nosotros lo hemos hecho; tal vez con menos sosiego que en otras ocasiones. Además, en casa esperaban Nena, Miguel Ángel y Juan Pablo. Y eso sí que es una fiesta. El Sangusín y los pueblos quedan atrás, el coche nos acerca cada vez más a la vista las nieves y la niebla del Calvitero. Vamos, vamos.

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