Despierta, amor, despierta,
que ya ha llegado agosto
y están todos los frutos en sazón.
Observa cómo todas las estrellas
han perdido su rumbo
y siembran sus abrazos, sorprendidas,
en brazos de otro amante no esperado,
los vencejos, el agua de las fuentes,
la luz de los ocasos, el sencillo
gorjeo del jilguero
que esparce sus pasiones por el aire,
la brisa de amor fresco que en la noche
rebaja los calores y recuerda
que hay cauce y fuerza adormecidos
en los espacios de los corazones.
Atempera con calma los caminos,
deja señales puestas
para que nadie fuerce o sobrepase
las fronteras prohibidas,
da frescura a los bosques
que vigilan el centro de la cueva,
lubrica con ternura
tus paréntesis húmedos:
que resbalen la peñas
y que en las aguas hondas
se recojan los limos y se fundan
los restos de la luz.
Acompasa los ritmos de la lucha
a esos deseos últimos
de morir en la guerra
después de que la lucha
te haya llevado a fuertes y fronteras,
te haya desdibujado entre las sombras
y te haya desgastado hasta la extenuación.
Las primeras espadas, como labios,
después los forcejeos
de un sublime combate
de avance y retroceso
(devora a tu enemigo con cariño:
no olvides que sus fuerzas
son fuerzas necesarias para que tú las venzas).
Solo cuando el acuerdo entre ambos
sea el de morir matando,
porque todas las armas han mostrado
la fuerza y el destello de sus filos,
no cejes en la lucha, muérete en la pelea,
desdibújate en golpes, mata, muere,
agótate y desplómate.
Que no quede de ti más que un vacío,
ni el eco de los ecos, ni el recuerdo
más débil y confuso de lo que fue pelea:
hay luchas que desgastan y que anuncian
nueva luchas de amor en cada esquina.
Despierta, amor, despierta,
que ya ha llegado agosto
y están todos los frutos en sazón.
domingo, 1 de agosto de 2010
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