sábado, 14 de agosto de 2010

TRINOS EN EL SILENCIO



Viernes 13, 18h.: Manolo Casadiego, que se ha convertido en mi compañero de sol y de montaña, me aguarda para subir a pasar la noche en Hoyamoros. Es noche de estrellas fugaces y aquel es lugar inmejorable para contemplar el espectáculo. Manolo aparece con dos mochilones repletos de no sé cuántas cosas que me han ahorrado a mí la preparación de casi todo pero que me asustan, pues una de ella tendrá que descansar sobre mis espaldas, sendero arriba.

18,30h. : La segunda plataforma nos espera y nos deja contemplar una vista panorámica con todo lo que el día claro nos ofrece. Es mucho, muy extenso y muy diverso. Todo queda a los pies salvo la cima de la montaña, salvo el lomo de la loba, ya reseca. Ajustamos pesos (Manolo se queda con casi todo lo más dificultoso), contemplamos la vista panorámica y nos ponemos en marcha.

19h. : Estamos en la Fuente del Travieso. Hasta allí hemos salvado, a buen paso, el trecho más empinado del camino hacia el Calvitero. La Sierra de Béjar ha quedado accesible para casi todo el mundo desde esa plataforma que ya se mira de frente con el cielo. El volumen de la mochila y el sol nítido de la tarde provocan el sudor abundante en mis espaldas. Un viento fresco y algo descarado atenúa los calores y hace más soportable la ascensión. Bebemos agua en ese manantial, que yo siempre he visto abundante y generoso; hoy también. Qué fresquita mana: “Si supieras la fuente cómo mana”. Nueva mirada hacia el valle y hacia la llanura. Sentimiento de satisfacción. Reemprendemos la marcha.

20h. : La Goterita es la otra fuente en la que el montañero suele hacer parada para reposar en la ascensión. Hemos subido despacio pero sin pausa por el camino, sin trochas ni atajos, siguiendo la senda natural y menos empinada. Las mochilas empujan con su peso. No sé cómo Manolo puede soportar ese volumen y ese peso sin aparente esfuerzo. La Goterita mana menos que la Fuente del Travieso, siempre lo ha hecho, pero no es cicatera y hace aflorar todo lo que encierran los interiores de la rocas, ya en lo más alto y cerca de la cima. Paramos, bebemos, miramos, contemplamos y llenamos los recipientes de agua. Más tarde nos hará falta.

20,30h. : Estamos en la cuerda del Calvitero. Llaneamos dando vista a las dos vertientes de la sierra. Un horizonte algo difuso nos acerca aparentemente todas las sierras de Barco y de Gredos. El Almanzor está ahí mismo, como al alcance de la vista y de la mano. Las perspectivas en la montaña son casi todo y quien las sabe gustar es quien más producto extrae de sus caminatas. De nuevo, las serranías de Ávila, las llanuras del norte de Cáceres, las llanuras salmantinas y las sierras de Francia y de Gata. El viento fresco acaricia, abraza y hasta somete. Hace fresco. ¡Y estamos a mediados de agosto! Los neveros de la Ceja se mantienen encogidos y acaso este año resistan los embates de los últimos calores esperando la llegada de las primeras nieves.

20,45h. : Iniciamos el descenso hacia Hoyamoros. Los pequeños vallecillos que forman las escorrentías de las aguas nos marcan la senda. No necesitamos hitos pues el horizonte y la meta están a la vista. Pronto aparecen, majestuosos, los Dos Hermanitos. Yo voy cansado por el volumen de la mochila y con mis hombros quejándose, pero ya falta muy poco, el fondo del valle está ahí mismo. Vamos a ello.

21h. : Estamos en el valle de Hoyamoros, al pie de los colosos, en los primeros remansos del río, al lado del laberinto de peñascos que han llegado hasta allí por efecto de los glaciares o desprendidos desde lo más alto. Ya se imponen las sombras y el silencio densísimo. La luz escasea. Un último rayo se cuela por la zona de Hoyacuevas en dirección ascendente y desaparece. Es la puesta de sol en Hoyamoros. La noche se anuncia con prisa.

21,30h. : Andamos con prisa para preparar la cena con algo de luz y para acomodar los enseres que nos permitan ver la lluvia de estrellas y descansar durante la noche. Manolo ejerce también de maestro cocinero. Ha llevado de todo pero nos reconfortamos sobre todo con una sopa caliente que nos pone en condiciones para cualquier cosa. Pero hay más cosas, por supuesto: jamón, sardinas, vino, fruta, aguardiente… Y todo de lo mejor. Cenamos ya con la noche sobre nosotros y con los Hermanitos literalmente sobre nuestras cabezas. El río recoge en el paraje todas las lágrimas que le han ido prestando las laderas de Venerofrío y ya se siente niño pero con cauce ininterrumpido. En la hoya han acampado también algunas otras personas, que se dejan sentir en alguna esquina perdida, con sus linternas frontales en medio de la oscuridad. La cena se alarga. La noche es amplia y nos esperan nada menos que las estrellas.

23h. : Buscamos acomodo encima de una enorme peña (Sísifo no habría podido con ella y se habría ahorrado tanta subida y bajada inútiles) y nos tumbamos con nuestros sacos cara al cielo. Hemos venido a ver la lluvia de estrellas fugaces y nos hemos preocupado de situarnos en la dirección más adecuada, mirando hacia el noreste. Mi excesiva precaución ante el posible frío de la noche me ha hecho pertrecharme con ropas abundantes. Qué equivocación.
Con el saco me bastaba para no sentir otra cosa que calor.
Las estrellas fugaces se hacen de rogar. Matamos el tiempo con unas risas oportunas pero, poco a poco, vamos concentrando nuestra atención en el firmamento. Todo está sobre nosotros. Las estrellas, las reales, se cuentan por miles y, cuanto más se concentran la vista y la atención, más aparecen en el cosmos.

Allí empiezan las reflexiones internas y externas, allí se cumple la realidad de la pequeñez del ser humano, allí se recuerda con más intensidad a los seres más queridos, allí se entiende algo mejor el apasionamiento de algunas personas con elementos menos racionales, allí todo se hace fantástico y hermoso. Y la vista no se cansa pues la inmensidad no la deja.
Buscamos algunas estrellas que conocemos y las encontramos sin demasiada dificultad. Yo me entretengo en contemplar los dibujos que forman en el amplísimo tablero del firmamento. Y me parece que aquello es un inmenso rompecabezas en una dimensión que mis limitaciones no alcanzan. Y pienso y callo. Y callo y pienso.

Aparecen algunos destellos de estrellas fugaces, pero no muchos. No nos desalienta nada. Es verdad que habíamos buscado como pretexto para la subida el acontecimiento de las “lágrimas de san Lorenzo”, pero aquella visión supera cualquier expectativa.

Mi imaginación vuelve a los años de mi niñez, a aquellas primeras noches junto a las carboneras, también cara al cielo, en aquel valle perdido de mi pueblo. Yo entonces no era consciente de todo lo que sobre mi cabeza se cernía. Hoy creo que me pesaba un poco más la inmensidad de todo el universo.

Tal vez la 1 o las 2: : Empezamos a dar tributo al silencio y a nuestros pensamientos allí mismo, cara al cielo y con las moles de los Hermanitos sobre nuestras cabezas. El sueño nos empieza a rendir. No hemos tenido demasiada suerte con los restos del cometa, pero no nos importa nada.

2,30h. : En medio de la noche y del silencio, descubro que hay trinos y ecos, sonidos y resuellos. El silencio es el silencio, la noche es la noche y yo no puedo dormir en esas condiciones. El silencio canta la mejor melodía pero lo hace siempre como solista y sin ayudas externas. No sirven ni las reconvenciones amistosas, ni los chisteos ni el relente de la noche.

3h. : Decidimos volver hasta el lugar en el que hemos dejado toda la indumentaria menos los sacos. Manolo, con buen criterio, determina poner su saco a una distancia prudencial, para intentar que la serenata no alcance a toda la cuenca y para evitar la tentación de que alguna roca se desplome desde las crestas. Todo resulta inútil. Son los trinos del silencio que se convierten en serenata nocturna y mañanera. La intensidad del sonido está en el límite de lo soportable según la distancia, pero mi sueño es demasiado ligero y no me queda otro remedio que escuchar todo el recital completo. Oigo, cara al cielo, canciones de todo tipo: valses, cumbias, pasodobles, chotis…
¡Pero es que yo había ido a ver las estrellas!

Estoy perdido en la noche y no tengo ánimos para encontrar otro lugar más apartado y silencioso, tal vez pensando que el baile tendrá algún descanso. Nada de nada. Todo seguido y cumpliendo todas las peticiones posibles.

Y, a pesar de todo, el cielo está ahí, ahora para mí solo, yo frente al todo y todo frente a mí. Tengo tiempo para muchos pensamientos, casi todos relacionados con la pequeñez del ser humano, con el sinsentido de tantas nimiedades.

En algún momento creo que entiendo cómo se diluyen los conceptos y se quedan en simples sensaciones. Y me acuerdo más que nunca de los míos. Y de todos los demás, que también son míos. Y deseo como nunca querer y ser querido y vivo unos ratos casi casi inefables, a pesar de la música de fondo, a pesar de los trinos del silencio.

En algún momento indefinido, ya contra la mañana, me quedo traspuesto y duermo un rato. Cuando despierto, las estrellas han desaparecido de mi vista. Sé que están ahí pero ya no están.

Manolo, solista y maestro de orquesta, anda ya trajinando con los chocolates del desayuno, tan diligente, tan dadivoso, tan razonable. Aunque tal vez le sobre algún que otro son.

Para Manolo Casadiego, para que recuerde y se ría un poco. Adjunto una de sus fotos.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Me dáis mucha envidia, aunque no sé, con tanta serenata...la descripción de la experiencia fantástica.

Claudia Ortiz de Urbina S-Fabrés dijo...

Ese mismo día yo estuve durmiendo junto a las lagunas del Trampal. Recuerdo que en la subida, a media noche se oía una verbena o algo así desde Candelario. Pero luego al bajar a las lagunas se dejó de oir. Yo tuve más suerte: vi cuatro o cinco "estrellas" fugaces.