lunes, 30 de agosto de 2010

¿QUÉ CUENTOS?

Yo crecí tímidamente a la vida con la leyenda de las piedras de mi pueblo, con aquellas paredes imponentes que cercaban el cielo y que dejaban todo lo impreciso más allá de unos muros infranqueables. ¿Qué había detrás de aquello? Solo misterio, luces y sombras insondables. La vida se reducía a lo que dominaban mi vista y mis oídos, a lo que yo tocaba y a lo que yo gustaba cada día. Las distancias eran enormes de tan pequeñas, y finales porque se daban de bruces con la naturaleza. Aquel aroma fresco de los ríos, siempre en el valle hondísimo, las encinas eternas, las “refalateras” mondas y lirondas, casi de cristal cuando las lluvias y siempre relucientes con los soles, los zancos y los aros, las cabras y los cerdos en medio de las calles… Pero si todo era son y olores, todo tacto y sabor.

Yo crecí deslumbrado por las calles, por el vaivén visible de todas las personas de mi pueblo, mis libros se encerraban en una enciclopedia que almacenaba todos los saberes del mundo. Y así casi mis primeros diez años. O sea que no caté las palabras de cuentos escritos, solo aquellas que salían de la boca de las personas mayores de mi pueblo, de los ancianos de mi pueblo, de mis héroes favoritos. Yo los veía y ellos se convertían en los héroes vivos de las historias que contaban pues alguno, en su ancianidad, alcanzaba a recordar sus andanzas en Cuba. Nada menos.

Leo en estas tardes del estío una colección de Cuentos, de Andersen, esos que muchos de mi edad leyeron en sus días de niño. Estoy deseando contarle cuentos a mi nieta Sara. No estoy seguro de que sean estos precisamente los que vaya a utilizar cuando tenga la oportunidad.

Me parece que reproducen unos tópicos y unos grupos sociales que no me gustaría que conformaran su manera de pensar. ¿Por qué tanta princesa y tanto príncipe? ¿Por qué siempre ellos los mejores, los más ricos y los más bellos? ¿Es que no existen otros elementos de ilusión para los niños y para los mayores? Bien sé que esos elementos distantes y atractivos son esenciales en la estructura del cuento, pero hay que buscar en otros fondos para que, con la repetición, se vaya configurando una escala de valores en la que navegar con naturalidad cuando uno tenga que bogar en los mares de la vida.

Pero voy a salvar de la quema a no pocos, a todos aquellos que logren traspasar el nivel de la descripción para adentrarse en el de la interpretación y en el de la sugerencia. “El traje del emperador” será uno, sin duda; seguramente, “La sirenita” será otro.

Alguna vez creo haber hecho esquema aquí de los elementos que considero fundamentales en el molde del cuento. Me parece que estos referentes principescos hay que revisarlos. A pesar de todas las revistas del corazón, de todas las bodas reales y de todos los programas rosas habidos y por haber.

Y si no, usaré los cuentos personales, sobre todo aquel que me invento y que consiste en relatar de manera misteriosa lo que en el propio instante está sucediendo entre el narrador y el niño que lo escucha. Me ha funcionado siempre bien: no debe de ser mala fórmula.

No hay comentarios: