miércoles, 23 de septiembre de 2009

VA POR ÉL

No deberías soltarte tan temprano, tendrías que controlarte con más fuerza, no dejar que te puedan los primeros sentimientos. Hoy, a media mañana, te has encontrado con Adrián, aquel bedel que te dejó hace tiempo con la entrada diaria vacía en portería y sin sonrisa en el centro de trabajo, aquel que te repetía tantas veces, como si estuviera realizando algún milagro y sin que tú se lo demandaras, el nombre del toro que mató a Manolete o el del que quitó la vida a Paquirri, quien recordaba el nombre de la ciudad en la que el diestro había abierto sus ojos a la vida, y siempre con la precisión de la categoría: “en Córdoba capital”, el que se sinceraba siempre y descargaba en tus espaldas el saco de púas verbales que había recogido de boca de los alumnos, pues tan bien le tenían cogida la medida, el que reducía su vida a unos escasos datos que repetía siempre, aquel al que, desde su pequeño mundo, le quedaba un resquicio de protesta social y de conciencia sobre lo que veía y oía, aquel que se arrancaba en cánticos cuando la fiesta se templaba un poco, aquel que…

Hoy lo has visto en la Plaza de esta ciudad estrecha. Lo descubriste de frente, casi te diste de bruces con su cuerpo. Y viste enseguida que su garganta andaba tapada con un apósito blanco. Y quisiste saludarlo con unas palabras y te diste cuenta de que no te podía responder si no era con gestos. Y viste cómo sacó una libretita del bolsillo por si la necesitaba para apuntar cualquier respuesta. Y comprobaste que no la necesitó pues sus gestos y tus palabras fueron suficientes para certificar su estado de salud y la postración en la que se encontraba. Y le hiciste saber que seguías el curso de su enfermedad preguntando a sus hijos. Y en sus gestos entendiste que bien lo sabía y que te lo agradecía. Y le dijiste unas muy cortas frases de aliento. Y él, desde el interior de su chándal, empequeñecido y flaco, te miró con sus ojos vidriosos y llenos de humedad para decirte gracias. Y te añadió con su mirada y con sus manos que se había asomado a la plaza para contemplar la fachada de aquel centro en el que él y tú habíais pasado tantos días. Y tú lo miraste de nuevo y, al ver sus ojos llenos de lágrimas, te viniste abajo y también te pusiste tristón y lloroso. Y, sin saber qué decir ni qué hacer, te arrancaste y le diste un abrazo muy fuerte. Y, sin otro recurso que echarte a la mano, lo dejaste en la esquina mientras iniciabas la cuesta de la calle Mayor. Y caminabas rumiando sobre el paso del tiempo y el olvido, sobre lo desagradecido que anda todo y sobre el cambio sin fin de la fortuna.

Y te metiste en casa con una piel temblona y como una mantita mojada. Porque te faltan fuerzas y enseguida te caes y te desplomas, como si te faltara la sonrisa para el resto del día.

Y eso que venías contento porque habías albergado la sospecha de que habías conseguido presentar a unos jóvenes la bondad de Platero y creías haber conseguido que lo hicieran su amigo y que pensaran en mantenerlo durante todo el curso como animal de compañía.

Tienes que venirte arriba y brindarle el toro de este día al diestro Adrián Rodilla, aunque sea con muleta blanca de pañuelo mojado y de apósito blanco disimulando heridas. Va por él.

4 comentarios:

Jesús Majada dijo...

Qué bien escrito.

Manolo dijo...

Por él y por ti, Antonio.

Sinda dijo...

Te queda muy bien la segunda persona.
Me ha traído a la memoria algo de Cernuda. No sé qué pero lo buscaré.

altairbejar dijo...

Recuerdo a Adrián, hace un montón de años... si es que ya va uno... Hace muchísimo que no le veo. Como si fuera ayer me viene a la memoria un día que, a unos cuantos que estábamos esperando a entrar en clase, nos enseñó una foto suya de joven aunque ya no me acuerdo de lo que nos contó sobre ella. Como pasa el tiempo. Espero que ya se encuentre mejor.