martes, 29 de septiembre de 2009

EVIDENTE, POR SUPUESTO

A veces llego tarde a las conversaciones, a veces las provoco y a veces ni siquiera llego porque sencillamente no van conmigo. En raras ocasiones, me llegan pequeños ecos de lo que a mi alrededor se dice, sin que pueda terciar en el asunto.
Hoy alguien que se gana el pan formalmente con asuntos que tienen que ver con enseñar criterios de verdad, silogismos y todas esas cosas (ya no seré más explícito pero es fácil deducir a qué tipo de profesional me estoy refiriendo) defendía algo tan apabullante como lo siguiente: no tener fe de ninguna manera impide la existencia de Dios.

Evidente, claro, pensé yo.

Enseguida me contesté: ni no creer en la existencia de un pedrusco impide la existencia del mismo.

Y en esta estación detuvieron el tren y se callaron. Y yo me quedé pensando en las aplicaciones a las que llegarían los interlocutores de la conversación de la que me llegaron los ecos. Y entendí los contextos. Y supe que habían razonado con torpeza.
Sencillamente apliqué la analogía de esta manera: Tener fe en nada impide, por la misma razón, la no existencia ni de Dios ni del pedrusco.

Con esta sencillez me hubiera gustado echar mi cuarto a espadas, pero ya era tarde. Así que seguí pensando y deduciendo que eso de la fe, entonces, nada tiene que ver con la naturaleza de Dios y que, si acaso, solo queda para la posible relación del ser humano con Él.

Pero es que la fe (doctrina de los sátrapas interpretadores y pillados en renuncio) solo depende de la voluntad divina, que se la da a quien quiere. O sea, como un regalo o como un juego de ratón y gato.

Y entonces traté de imaginarme en qué lugar quedan los no creyentes en todo este fregado: no depende de ellos ni la existencia de Dios, ni la realidad de la fe, ni el reparto de la misma. ¿Qué pueden hacer estos pobrecillos arrinconados y excluidos?
¿Hay mejor prueba que esta de que los asuntos de Dios no se pueden confiar a niveles tan inconsistentes como este de la fe? ¿Por qué vamos a tener en cuenta la primera formulación (no creer no significa no existir) y no vamos a tener en la misma consideración la segunda (creer no significa existir)? ¿Qué intereses se esconden en estas contradicciones tan elementales?

¿Y si invertimos el orden y partimos del ser humano en busca racional de ese Dios? ¿Y si lo pensamos como creación del ser humano? ¿Y si lo sentimos como eco del universo y de sus leyes, tras de las cuales anda el hombre?

Tal vez entonces algunas doctrinas, y algunos profesionales, tendrían alguna dificultad mayor para llegar a fin de mes.

N.B. Y todo esto haciendo igualdad automática entre el dios general y el dios cristiano, porque por estas civilizaciones parece que no hay otras posibilidades…

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