jueves, 17 de septiembre de 2009

HOY SOLO SÉ FIRMAR LO QUE ME ENSEÑAN

Como ando en período acomodaticio de eso que llaman curso, vuelvo a apoyarme en alguien que me sirve de ayuda y que me da compañía y ánimos en los ratos de soledad anímica y de desconcierto, que no son pocos. Es de nuevo el maestro, don Antonio Machado. Me sumo a sus palabras y las suscribo por completo.

En boca de su alias Juan de Mairena, pone estas palabras, dirigidas a sus alumnos: “Vosotros debéis amar y respetar a vuestros maestros, a cuantos de buena fe se interesan por vuestra formación espiritual. Pero para juzgar si su labor fue más o menos acertada, debéis esperar mucho tiempo, acaso toda la vida, y dejar que el juicio lo formulen vuestros descendientes. Yo os confieso que he sido ingrato alguna vez -y harto me pesa- con mis maestros, por no tener presente que en nuestro mundo interior hay algo de ruleta en movimiento, indiferente a las posturas del paño, y que mientras gira la rueda, y rueda la bola que nuestros maestros lanzaron en ella un poco al azar, nada sabemos de pérdida o ganancia, de éxito o de fracaso”.

Buena prédica para animar a sus alumnos y para pedirles buena disposición de ánimo a la hora de enfrentar las clases. Pero, como no es muy honrado pedir sin ofrecer, ahí van otras palabras del mismo Mairena (Machado), ahora como profesor:

“Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que, a mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero esta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante unas pocas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo, y que, aunque pretenda educaros no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo –no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí solo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos”.

No puedo quitar ni poner nada. Hoy me ha servido el texto de reflexión en alguna clase. Tenía la impresión de que alguna mella hacía en los alumnos. Les pedí que reflexionaran acerca de las palabras que estaban escuchando. No tengo ninguna seguridad de que lo hayan hecho en cuanto han traspasado las puertas de la calle. Ahí fuera les aguarda otra cosa bien distinta. Una lucha feroz por el instinto, la carrera veloz de las imágenes, la certeza de la lucha sin tregua por superar al prójimo a costa de su caída, la vaciedad del mundo, la desigualdad rondando por todas las esquinas, la placidez del sueño en la inercia. E incluso miro adentro y me doy de bruces con un sistema y unas instituciones pedagógicas burocratizadas hasta lo más absurdo, incapaces de despertar en los alumnos sus fuerzas ocultas, sujetas a los formulismos de las fábricas de títulos y a todas las variantes de una sociedad alienante y castradora de las reflexiones personales.

Y yo en ese sistema, cobrando a fin de mes y sin saber qué hacer con todo esto. Y ellos sacando pecho con normas infantiles y sin atacar con calma los principios. Doy gracias a Machado y me callo.

1 comentario:

smunuera dijo...

yo, docente también, me identifico plenamente con Machado, bueno con Mairena, o acaso no simulamos dando clase ser otro al que realmente somos.