jueves, 10 de septiembre de 2009

SERÉ DEL MAR SI DE ÉL SON MIS AMIGOS

Hay un proverbio italiano que aconseja estas tres cosas para conservar a un amigo: “honrarlo cuando está presente, alabarlo cuando esté ausente, y ayudarle cuando lo necesite.”

He pasado casi una semana con mis amigos, a la vera de las playas mediterráneas y creo que estas tres cosas se han cumplido sobradamente, porque sé que nos han honrado cuando hemos estado allí, nos consideran cuando estamos lejos y están dispuestos a ayudarnos en cuanto se lo solicitemos.

Es verdad que tener amigos es tener un tesoro de los más valiosos. Y como no me interesa ser demasiado empalagoso dando las gracias, sirvan al menos estas palabras escuetas para agradecerles todo y para desear que siga nuestra buena relación. Gracias por todo a Antonio, a Mercedes, a Jesús y a Sinda. Aquí sí que el orden no altera el producto. Han sido unos días de descanso en todos los sentidos, de esos que vuelan pero que dejan poso cuando uno se asienta y tiene unos ratos para volver mentalmente a ellos. A repetirlos en cualquier sitio y con la misma disposición de ánimo. Venga.

Y no estoy con buenos ánimos para describir datos ni detalles, aunque estos sean muchos y muy buenos, porque vuelvo al trabajo y me encuentro con la misma rutina, con la misma cicatería por parte de algunas personas, que no tienen agallas (creo que lo que en realidad las recubren son las plumas, que los apelativos bien puestos siempre tienen que ver con los elementos que componen las realidades) nada más que para defender sus beneficios, que no dejan ver ni una pizquita de bonhomía (o de “bonmujería”, vete a saber) de ninguna forma, que se gastan hasta la extenuación solo en proclamar sus apetencias y sus preferencias. ¡!Y además tienen la cara de hacerlo en nombre de la justicia!! Me he dado de bruces con gente que se deja acojonar con la verborrea, sin ejercitar la capacidad mínima de comprometerse con el trabajo ni de tomar decisiones de acuerdo con el bien más general sino diciendo sí a lo que más suena con tal de que no se levante más la voz.

O sea que debería tomar distancia y no soltarme ni desatar la lengua para no caer en posibles excesos. Lo voy a intentar, pero esto tiene el peligro de las venganzas servidas en plato frío y eso puede resultar aún más complicado.

En fin, la vida está llena de vencedores que viven en la medianía, aunque nunca hayan sabido cómo se traduce eso de la “aurea mediocritas”. Y, si se trata de la administración, entonces éxito seguro.

Pues que voy al silencio y actuaré según mi mejor saber y entender. Me acojo de nuevo a la sentencia quijotesca: “Amanecerá Dios y medraremos”.

Qué mezcolanza tan agridulce me ha salido en tan pocas líneas. Que me perdonen mis amigos.

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