viernes, 18 de septiembre de 2009

UN CRÍTICO MENOR

Con frecuencia me corresponde ejercer la labor de crítico literario en mis clases. Y cada vez me cuesta más y me resulta más penosa esta labor. Pero si no la ejerciera me correspondería otro trabajo aún más penoso, el de enfusar elementos en la memoria de las personas y someterlas a una tortura que no se justifica ni en la peor esclavitud. Tengo la impresión de que, por desgracia, tenemos muchos verdugos por ahí, comiendo pan y sacando pecho, que se mueven en este nivel de embutir, como si de matanza se tratara, datos y más datos, siempre tomados y mal copiados de cualquier página y mal trasladados a una hojas manuscritas penosamente y sustitutas de una fotocopia de cinco céntimos de euro.

Me veo en esta tesitura cada vez que abro un libro o leo un texto con otras personas. Y repito que no me resulta fácil ejercer de crítico en cuanto traspaso los límites de mis sensaciones y de mis percepciones en simple aproximación.

En este país sobrevive toda una camarilla de comentaristas, clasificadores, expendedores de cédulas y cartones, firmantes de certificados de buena conducta literaria y articuladores de pandillas pseudoacadémicas, librescas y culturales, que pontifica con una seguridad rayana en la insolencia y en el desprecio. No me gusta demasiado la crítica que aparece en suplementos de periódicos y de revistas. La de algunos profesionales de la enseñanza ni me la imagino siquiera.

Me gustaría seguir salvando la distinta capacidad de los diferentes críticos y también la diferente intención con la que se manifiestan. De todo hay, como en todos los colectivos. Pero pienso en la dificultad que supone concretar una buena crítica de un libro, por ejemplo.

A un crítico se supone que le corresponde sacar a la luz las virtudes y señalar los defectos más notables que encuentre en el texto para así orientar posteriores lecturas. Hay muchos que se regodean en los elementos negativos, como si en ello le fueran la felicidad y el descanso eterno. Entre estos, el que consigue sobrevivir aguantando en la crítica negativa se termina protegiendo en un forro polar que aumenta el calor cuanto más frío haga, o sea, que ya todo se le va en poner a caer de un burro al creador y con ello no hace más que seguir ganando fama, o acaso sumisos por el temor. Otros se desgastan en elogio al libro, sobre todo si el que lo firma es amigo suyo o puede propiciar algún favor posterior al que suscribe la crítica. Y otros ejercen sanamente su trabajo, con humildad y sencillez.

Pero es que, incluso entre los componentes de este último grupo, ejercer la crítica literaria me parece un oficio extremadamente difícil. Esos subrayados de aciertos y de desaciertos, de logros y de fracasos, hay que hacerlos de acuerdo con algún parámetro. ¿Cuál? ¿El de la concepción que tenga el crítico del mundo literario? Eso supondría claramente una prostitución pues, antes que su concepción, está la del creador, y el propósito que lo condujo a la creación. Si no se mueve en ese camino, ¿cómo puede afirmar o negar que el creador ha triunfado o ha fracasado? En ese caso, quien realmente ha fracasado es el propio crítico. Y si solo atiende a las intenciones del creador, ¿tiene que olvidarse de sus propias concepciones acerca del arte literario y de la creación? También me parece empobrecedor porque eliminaría la apropiación que de la obra hace cualquier lector, y se entiende que un buen crítico tiene que ser un lector aventajado.

A mí me gustaría que no se renunciara a ninguna de las dos partes, pero que se supieran diferenciar muy claramente. Ambas vendrían a complementar algo tan evidente como es la concreción del arte, el valor del canon, su evolución y todo lo que arrastra de subjetivo el mundo de la creación y del arte.

Actuar en el mundo de la opinión crítica es una labor que tiene que moverse en los parámetros de la humildad, de las aproximaciones, de la buena voluntad y de la formación como bases.

Y, a pesar de todo, hay muchas creaciones que tienen que ser retiradas de la aprobación: hay un conjunto de reglas no muy bien definidas en las que todos tendríamos que estar de acuerdo. Cuando se supera ese nivel, ya cambia todo, todo empieza a volar por su cuenta y no se somete fácilmente al yugo de una valoración unificada.

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