miércoles, 30 de septiembre de 2009

MORITURI TE SALUTANT

Ya todo navega a velocidad de crucero, a la velocidad que permite la práctica rutinaria de dos semanas de trabajo en el aula. Llegó el momento de enfrentarse a la elección de libros de lectura. ¿Qué actividad se puede presentar más provechosa que esta si uno sabe orientarla y cultiva algunas normas que ayuden a sacar jugo de las páginas? Pues en ello andamos.

Cuando el nivel de lectores se sitúa en la adolescencia, no resulta nada sencilla esa elección y los resultados son, con frecuencia, imprevisibles y hasta contradictorios. Nos solemos empeñar en elegir libros con protagonistas jóvenes, y pensados y redactados por personas que se han especializado en eso que se llama literatura juvenil. Nada asegura nada, por desgracia. En todo caso, hay unos esquemas de concepción y de escritura que son los que funcionan menos mal y por eso se repiten tanto. A mí también me parece correcto que la trama y los protagonistas tengan proximidad con los lectores: su implicación tendría que resultar siempre más sencilla.

En ese esquema se suele repetir la presencia de un ramaje que a mí no me parece que dé frutos demasiado jugosos. Se trata del enfrentamiento que, de manera casi inevitable, se desarrolla entre los alumnos y los profesores: es casi imposible encontrar un libro de este tipo en el que no se glose un enfrentamiento entre estos dos tipos de personajes.

Seguramente en la realidad más inmediata se trate de una foto real, pero me parece que esta foto anda tocada por el fotoshop.

Es claro que el adolescente anda en período de ajuste y de individualización, de rechazo y de personalización, de enfrentamiento con sus padres y de aceptación borreguil de modas y colegas…, en fin, de todas esas cosas. Pero, ¿por qué tiene que implicar esa situación poco menos que la guerra declarada desde el primer día con el profesorado y el sentimiento de que las clases son una tortura y de que lo único que importa es saltar un obstáculo que te han puesto en el camino por medio de un aprobado, conseguido con el menor esfuerzo y con cualquier subterfugio? Por si fuera poco, los profesores aparecen también como ogros que aceptan esa lucha sin cuartel, o, como mucho, se selecciona a alguno entre ellos para que ejerza de salvador, trayendo a los alumnos al redil, que no va más allá del estudio un poco más consistente pero siempre pensando en las notas finales.

Este esquema, repetido hasta la saciedad, no hace otra cosa que dar por bueno un cuadro que, si se analiza despacio, no indica más que una concepción de la enseñanza conservadora y rácana, de esfuerzos mínimos y de rechazo de todo en cuanto se ha saltado la valla burocrática del examen y del aprobado. Sospecho, además, que no son solo muchos escritores, cuya experiencia juvenil en las aulas tal vez sea de este pobrísimo tenor, sino también muchos profesores los que dan por bueno este esquema tan pobre.

No debería tratarse de presentar profesores con vocación de misioneros ni de mártires de la causa. Este grupo de profesionales no es diferente a los demás colectivos y trabaja a cambio de un salario, y está compuesto por individuos muy diversos. Debería quedar claro que el estudio es un esfuerzo en el que merece la pena embarcarse no porque sea necesario conseguir un aprobado (esto termina siendo una bobada), sino para conseguir ir dando satisfacción a las curiosidades que se tienen que ir despertando día a día. ¿Por qué, entonces, el enfrentamiento entre unos y otros? ¿Por qué este circo imbécil en el que los domadores (profesores)andan siempre con el látigo sobre los leones (alumnos) y estos parece que tienen como única misión buscar la forma de burlarse del domador? Y, sobre todo, ¿por qué hay que dar esto como algo generalizado y normal, sin sopesar estas otras posibilidades tan ricas y tan positivas? Con eso estamos incluyendo en la escala de valores de la normalidad lo que no tendría que ser otra cosa que una anormalidad negativa. A ver quién puede luego luchar contra los principios que se dan por buenos sin analizar. Así parece andar la vida, llena de tópicos imbéciles.

¿Cuántas veces habré anotado este esquema en estas mis hojas de apuntes? Hoy me he descubierto en un libro de este tipo por el que ya había pasado alguna otra vez. En alguna página había anotado una corrección: Así decía el texto: “Puella, morituri te salutam”. Por supuesto, corregí: “Puella, morituri te salutant”. Así andamos. ¡Y no es mala la colega!

Puella, por supuesto, es el apelativo de una profesora de Latín.
No sé si será solo domadora de leones. A la autora del libro tendría que darle unos cuantos latigazos.

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