Hoy es fecha de tema obligatorio, de conexión a la red del curso, de caras nuevas y de sensaciones diferentes, o acaso no tan nuevas. He comenzado el nuevo curso.
La primera sensación se repite cada año: los alumnos siempre tienen la misma edad y yo soy un año más viejo. Esto provoca en mí toda una cascada de deducciones que tienen que ver con el paso del tiempo sobre todo. Si el tiempo son los otros, parecería que el tiempo no se mueve, que se niega a moverse, que afirma su presencia con caracteres que aguantan el paso de los días. Y algo de eso sucede porque ellos me mantienen un poquito más vivo. Son sus cuerpos al viento los que me gritan el soplo de la vida y son sus mentes formándose las que se me rebelan atrevidas y audaces, y se me revelan en dimensiones que tal vez a mí ya no me correspondan. Todo eso que tengo que agradecerles, que no es precisamente poco.
Pero bien sé que mis reflejos ya no son los mismos, que mis puntos de vista se muestran diferentes de los suyos en demasiadas cosas, que tengo que luchar por dar cabida a sus trayectos al lado de los míos, y que estos no tienen por qué ser convergentes, que cada uno anda un trayecto del camino y no es precisamente el mismo.
Me gusta, sin embargo, esta profesión que un día me tocó en suerte, esta lucha continua por hacer que otras gentes piensen aunque no estén de acuerdo con mis ideas, este sentimiento de que, a pesar de demasiados pesares, merece la pena invertir algún esfuerzo en ese genérico que se llama persona a través de su formación y de su razonamiento, ese descubrimiento continuo y ese intercambio que fluye, a pesar de que muchas veces me apeste la corriente.
Me hubiera gustado trabajar en alguna institución educativa con menos cortapisas y menos sometida a los anclajes tontos del sistema, que hubiera prescindido por principio de la liturgia absurda de las calificaciones y de las clasificaciones en tontos y menos tontos, que hubiera olvidado ese chantaje inútil de yo estudio porque si no no me aprueban y en cuanto apruebo no vuelvo a estudiar porque ya he cumplido el esfuerzo mínimo del aprobado, que se hubiera dedicado a atender a aquel que quisiera aprender y a dejar estar a aquel que no tuviera tal interés. Sé desde hace mucho tiempo que esto no es posible y que solo se me ha permitido interpretar desde mis clases algo de esta teoría, pero muy suavizada y sometida a las presiones de todo tipo que se reciben desde el sistema, y acaso también por mi falta de coraje. Será mi espina siempre.
Se prodigan estos días, como fruta de temporada, las opiniones acerca de las claves para mejorar la enseñanza. Siempre tópicos y más tópicos. Y el más repetido es el de la falta de autoridad del profesor. ¿Pero qué gaita es esta? ¿Y cómo se concreta? ¿Estos inútiles se creen que la “autoridad” (¿cómo definirán ellos esto de “autoridad”?) se legisla y se consigue a golpe de decreto? Qué simplones y qué ilusos. Si quieren aplicar la teoría del libre mercado, que doblen los sueldos. Bienvenidos. Y comprobarán que con eso no arreglan casi nada. Y, si quieren encontrar alguna solución sólida y duradera, que analicen las escalas de valores que les están ofreciendo a los jóvenes los mismos que luego reclaman autoridad para el profesor. ¡Qué atajo de indecentes, de analfabetos y de fariseos…! Mientras yo les enseño la mecánica de la metáfora o del símbolo, y se los ejemplifico en un texto de Machado, por ejemplo, ellos traducen la vida en una metáfora de contradicciones continuas, de consumo sin tino como ejemplo de éxito, de estar y nunca de ser, de cifrar los esfuerzos en la primera capa de la cebolla en pasarelas múltiples, de aspirar a las leyes del mercado como último objetivo, de desdeñar las vías de la sociabilidad, de practicar con gusto aquello del hombre como lobo para el hombre sin ninguna cortapisa, de tantas imbecilidades que no hay cómo contarlas.
¿Por qué no se preocupan, por ejemplo, de dar tantos por ciento de alumnos que no han cogido un libro desde junio y que no se han vuelto a preocupar de curiosear por ahí a ver si descubren algo nuevo que los vaya formando y haciendo crecer en su pensamiento y en su espíritu crítico? Si alguien se pusiera a la tarea, le suplico que incluya entre los encuestados a los profesores también. ¿Para qué buscan datos de otro tipo? Con este nos bastaría para encontrar algo de luz y dar con el martillo en otros clavos bien distintos. Que no se esfuercen en disfraces tontos. No harán más que alargar esta triste agonía de mentes sometidas a un sistema con poca base sólida. No lo harán; son los mismos que alaban el conjunto de las fiestas de un verano infinito, que cifran sus objetivos en algún metro cuadrado de playa al lado de infinitos culos, o que se afanan por activar el consumo mientras piden gimnasios para guardar la línea. Esos, esos mismitos son, los muy…
Aquí anda uno perplejo ante tanta opinión y tanto salvavidas.
martes, 15 de septiembre de 2009
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