Palabras de un libro de literatura juvenil:
-En tu época no la (una carrera) necesitabais.
-Eso es cierto; pero, en cambio, no teníamos tantos medios a nuestro alcance para aprender idiomas, ni para hacer deporte, ni teníamos ordenador…
-Esa es la trampa. Hoy nos exigen que nos convirtamos en héroes, héroes de una sociedad que nos machaca, nos oprime y nos pone todo tipo de trampas. Una sociedad que nos educa para el consumo y nos lanza directamente al paro. Una sociedad donde siempre triunfan los pelotas y los que mejor engañan. Una sociedad que solo se preocupa de que las cosas sigan como están, pero que nosotros estamos dispuestos a cambiar.
-…Si uno trabaja de firme…
-¿Trabajar? Pregúntales a toda esa pandilla de sinvegüenzas que andan por ahí sueltos cómo consiguieron el dinero. Además, eso es lo que me subleva, que lo más importante en la vida sea trabajar para conseguir dinero. Ese producir y consumir continuo le hace a uno sentirse como un robot.
Se trata de un diálogo entre un padre y su hijo, un adolescente. Y aparece en el mismo libro del que recogía mi reflexión y mi crítica de ayer.
Hoy lo hago por razones absolutamente contrarias; lo hago como muestra de síntesis, como diana perfecta de lo que me parece el mal principal de esta sociedad y de la formación de sus jóvenes. Salvo el uso de “donde” en “una sociedad donde”, suscribo y subrayo todo hasta el último detalle.
Me marcho a lomos de mi imaginación hasta mi infancia y me veo colocado en la calle estrecha, aunque infinita para mis cortos años, con mi lata llena de brasas en el invierno, con la leche en polvo y aquellos niños hambrientos aguardando impacientes la esquila que llamaba a filas para tomar la leche en polvo; me sitúo en el aula, con aquel mapa de España y las mesas alineadas frente a la del maestro, rayadas y ajadas, con sus tinteros a medias, asientos diarios de la pizarra y el pizarrín que Fernandito nos traía de las laderas… Y parece que me he ido hasta el origen de los tiempos.
Pero eso ahora es nostalgia y debo volver la vista hacia el presente.
Los muchachos se agobian (los hay que no dan golpe, por supuesto: sobre todo antes -muchos más que ahora- pues solo acudían a los centros los más privilegiados), se ven desde bien niños entre lobos que enseñan sus zarpas y asustan, como si de religión se tratase, castigando con la condena eterna, con comparaciones continuas, con ocupaciones infinitas, con reglajes al minuto, con recordatorios constantes.
Y todo por maldita comparación pues, en cuanto la regulación y vigilancia social se relaja, todo se queda en nada, como mejor muestra de que todo se hacía por mandato externo y no por descubrimiento agradable y provechoso. ¿Qué otra cosa, si no, es un sistema de notas que deja al aprobado en total relajación para los restos y asustado al que no ha pasado esa barrera de los dos folios?
Estudia, estudia, estudia. ¿Para qué¿ ¿Para sobrevivir mejor? ¿Está usted seguro de lo que dice? De momento, esa obsesión que me tiene hasta los veinticinco años pendiente solo de unas notas me arrebata entre un cuarto y un tercio de la vida y me tiene en un sinvivir. Y, si todo va “bien”, ¿qué consigo yo con esto, “situarme bien en la vida”? ¿Está seguro de lo que dice? ¿Y todo ese atajo de inútiles y vagos que andan forrados sin haber dado ni golpe, solo tocados por la varita mágica de una familia rica o por un golpe de suerte? ¿Por qué tengo yo que ser un subproducto infinitesimal del monstruo del consumo, que me asusta, que me grita, que me empuja, que me llama sin cesar, que me atosiga, que me hace esconderme y blasfemar contra él cada minuto?
Claro que soy un héroe si me resisto por un minuto a seguir el reclamo de este sinsentido, de este caos abismal, de esta jauría infinita, de esta imbecilidad sideral.
Pero mis fuerzas son escasísimas y el monstruo es formidable. Tengo miedo y me escondo. Peor lo tienen estos pobres muchachos, los que se someten a su esclavitud y los que abandonan y pasan a formar en el ejército de “fracasados”, todos. Yo no seré nunca héroe para nadie, ni para los triunfadores en este sistema de competición inacabable ni para los que abandonan y deciden hollar otros caminos: no tengo fuerzas en mi mente para esta competición y mis empujes físicos van disminuyendo. No es poco que grite en público que conmigo no cuenten. Ya tienen Ronaldos, banqueros, esclavos agradecidos, sátrapas celestiales y forrados por todas partes. Son legión.
N.B. Y, por favor, que no venga ningún mal lector a decir que aquí se está incitando a no estudiar y a no trabajar.
Ah, y, por cierto, hay tantas cosas agradables que no cuestan dinero…
jueves, 1 de octubre de 2009
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