La televisión me sirve para casi todo: para perder el tiempo, para matar el tiempo (no es precisamente lo mismo), para recuperar el tiempo, para sentir el tiempo, para hacer tiempo, para… Parece que, como ocurre con todo, depende del uso que se haga de ella.
A veces, zapeo un poco y me encuentro con sorpresas agradables, que, de otra manera, no se me iban a presentar en mi camino.
Esta tarde había terminado la lectura de una novela clásica de aventuras y quería dejar mi mente un rato libre. La opción habría estado en el paseo, pero no fue tal cosa, estuvo en la caja tonta. De repente, me encontré en la parrilla con la proyección de una película que tendrá acaso veinticinco años o más. Era esta: “El disputado voto del señor Cayo”. La pillé muy avanzada y me quedé en ella. La he visto alguna vez más pero hacía bastante tiempo desde la última ocasión. Tuve la suerte de pinchar en la larga escena del pueblo en el que vive el anciano, el señor Cayo. Basta como resumen de la película y es la que le otorga más valor.
En la película se resume el espíritu, ya lejano, de la Transición política de finales de los setenta y principios de los ochenta. Pero la película es mucho más que eso, es una comparación maravillosa entre el mundo rural y el mundo de la ciudad, es la visión reducida y simplista que llevan los partidos políticos (los de izquierda por su ingenuidad y los de derechas por su imposición autoritaria y vengativa) frente a una situación y a una visión más natural y esencial de la vida, representada en el señor Cayo, y es la visión lingüística del ambiente rural frente al habla urbana.
Ya en aquellos comienzos democráticos, algunos podían intuir que los cambios tenían que ser amplios y sensatos, pensando no solo en los votos sino en la realidad sobre la que se quería actuar, abriendo panoramas y no pensando que se iba a redimir lo que acaso tenía mucho que decir y, tal vez, en el fondo, tuviera que redimir a los redentores. El honrado aspirante a diputado (el de la izquierda, porque los de la derecha no aparecen más que para asustar y dejar sus huellas violentas, aquellas que vimos todos los que conocemos esa época) pronuncia literalmente estas palabras: “Hemos ido a redimir al redentor”. Acaso por eso termina fuera de la política y dedicado a otros menesteres.
Porque el señor Cayo no tenía prisa, porque el señor Cayo en lo primero que pensó con la muerte de Franco fue en que le dieran sepultura humanamente, porque no se enteró de ella hasta pasado casi un mes y razonó que para qué necesitaba enterarse antes, porque el señor Cayo conocía los principales trucos de la vida y era autosuficiente, porque el señor Cayo podía vivir sin el diputado Víctor pero este no podía subsistir sin el señor Cayo, porque se estaba creando “la primera generación que no sabe para qué sirve la flor del saúco”, porque él era el resumen de un tipo de vida más austero, más natural y más equilibrado, porque no tenía televisión ni radio pero no sentía necesidad de ellas (acaso pensando que, para lo que hay que ver y oír, tal vez era mejor dejarlo como estaba), porque el señor Cayo era capaz de dejar alucinados a los candidatos hasta dejarlos fuera de juego, porque lo que hay que disputar no es el voto del señor Cayo sino que lo que hay que hacer es analizar sus formas de vida para dejar lo que está bien y aspirar a cambiar solo lo que mejore a todos, porque la vida es algo más que votos y la democracia, por desgracia, si es mal entendida, nos lleva casi todo el esfuerzo en conseguir precisamente esos votos, pensando que eso nos legitima para casi todo después de hecho el recuento, para…
Han pasado casi treinta años desde entonces. Mutatis mutandis, se repiten y se agudizan algunos defectos de los que se presentan en la película. Tal vez muchos, demasiados. Dos ejemplos:
a)La democracia sin recuento de votos y sin expresión de voluntades no es tal. Pero, ¿qué tanto por ciento de esfuerzos se les va a los partidos políticos en conseguir esos votos?, ¿cuántas imbecilidades realizan con tal de conseguir esos votos?, ¿a qué da derecho ese recuento de votos?
b)El tipo de vida urbana, tan apabullante y casi exclusiva en nuestros días, ¿hacia dónde nos está llevando? Y se abre el objetivo de la cámara: desertizaciones, desequilibrios de población, comunicaciones, sanidad, educación, clima, costumbres, crecimientos sostenidos, ritmos de vida…
Hoy quedan pocos votos del señor Cayo por disputar. No sé si no será otro señor Cayo el que tenga que salir por las calles a disputar nuestro voto.
jueves, 3 de septiembre de 2009
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1 comentario:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
Espero tan pocas sorpresas en televisión que desde hace algún tiempo, ni miro la programación de las películas.
Me hubiera gustado volver a ver, una vez más, la estupenda adaptación para el cine, que hizo mi paisano Antonio Giménez Rico, de la obra de D. Miguel Delibes.
Ciertamente, en esos pueblos castellanos, la gente no necesitaba "la modernidad artificial" para nada.
¿Y qué ocurrirá el día que no se encuentre un solo hombre que sepa para qué sirve la flor del saúco?.
Saludos. Gelu
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