La vida es una guerra en la que combatimos con la cruel certeza de la derrota final. Acopiamos fuerzas cada noche, buscamos fuentes en las que beber y saciar la sed de nuestra mente, curioseamos por todas las esquinas por si hubiera algún refugio en el que escondernos y combatir el frío y el calor, paseamos por los pasillos con paso desigual y torcemos al final de las esquinas para volver siempre al mismo sitio, rellenamos las calles con nuestros pasos lentos y sencillos hasta observar que las señales nos devuelven siempre a casa y a las mismas horas, a veces hasta sentimos un golpe repentino como si hubiéramos descubierto la luz y sus principios, para quedarnos ciegos nuevamente, cantamos con la voz desafinada y pensamos en divos y en aplausos, pensamos que los otros serán tal vez un poco compasivos y nos devuelven cardos como regalo de cumpleaños, saludamos a la luz cuando se asoma con la aurora y enseguida la repudiamos hartos de que nos saque los colores.
Aguardamos acaso demasiado de la vida y no siempre los flujos son diáfanos ni siguen el camino de ida y vuelta, ponemos cada paso al servicio del gran punto final y olvidamos la fragancia que encanta nuestro ambiente, nos deshacemos sin consideración de lo que nos molesta y nos estorba, damos pábulo al viento si sopla en dirección que nos conviene.
Cuando llega el ocaso, hacemos cuentas y nos salen los saldos negativos con demasiada frecuencia, resumimos en una hoja de cálculo los números del debe y del haber y al fin nada nos duele pues el día siguiente volverá a ser lo mismo de lo mismo, dormimos con el ojo en cabestrillo y con la conciencia en posición de guardia por si acaso.
Y al día siguiente volvemos a morder de nuevo el polvo del fracaso transitando por los mismos caminos.
Entonces una rosa nos redime, un olor que combate en su fragancia con el tedio y la abulia, una mirada alta y generosa, una frugal ración de agua salada en el mar de unos besos.
Y otra vez al combate, sabiendo que, al final de la batalla, seremos prisioneros sin remedio y habrán de sepultarnos en la fosa del tiempo y del olvido.
domingo, 13 de septiembre de 2009
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3 comentarios:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
Ayer que parecía tan contento por la lluvia, y hoy parece que ya no lo está tanto.
No se me ocurre nada más que, -con un poco de adelanto-, ponerle una canción de Serrat: "La Balada de otoño".
Ahora en Barcelona, está lloviendo suave.
Saludos. Gelu
Ánimo, compañero,compañero de camino.
Gracias a los dos.
"una balada en otoño, un canto triste de melancolía..."
Si solo fuera eso...
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