sábado, 31 de enero de 2009
Y NO QUERÍA SALIR
Y no quería salir por los anuncios de los hombres del tiempo. Continúan asustados con las críticas que les llovieron, les nevaron y hasta les granizaron hace no mucho tiempo encima. En este país todo parece que se está normalizando en el peor sentido, o sea, en el de convertirlo en norma legal y tonta que todo lo resuelve con juicios a gogó, con abogados pillos y sutiles que buscan sin descanso los efectos de la letra pequeña y que ganan litigios o los pierden -en esto siempre empatan- empantanando en ello a la justicia.
Pero yo iba a otras cosas -que a estos les den por ese sitio-, y digo que andaba un poco asustado con la predicción del tiempo. Por eso les dije a mis amigos Jesús y Manolo que tal vez reposaría en la cama, me levantaría con la luz ya en lo alto y me dedicaría al sillón bol (o ball, o leches), o sea, a mi butaca y a leer en mis libros.
Y no hice lo previsto. Me levanté y de nuevo reconocí en el cielo la claridad del día, alguna nube limpia en lo alto de la sierra. Y me dije que aquello era presagio de que el tiempo nos iba a aguantar hasta la vuelta sin lluvia ni tormentas. Y me fui con ellos a disfrutar del campo, a lo de siempre -no quiero repetirlo-. O tal vez sí porque es cierto y me gusta: la pequeñez del ser humano, la duración de todo lo que veo y contemplo, la fiel repetición de los ciclos naturales, esas leyes ocultas que van tejiendo todo y que lo explican a quien quiera entenderlo, los silencios que hablan, los aromas que empujan, lo bueno de una conversación tranquila y con sentido, una mesa de pan bien abastada, el horizonte inmenso…, la vida en su certeza.
Y nos fuimos camino del pantano, y lo vimos con sed después del vaciado y a pesar del invierno que llevamos, y nos nevó enseguida -más me equivoqué yo que los hombres del tiempo-, y nos ungió la nieve todo el tiempo con sus copos tranquilos, y vimos al ganado en trashumancia por los senderos y a algún otro atrevido que hollaba con sus pies la carretera, y fuimos al amparo de la ermita de la dehesa de La Garganta, y dimos gusto al cuerpo con buenos alimentos, y volvimos siempre entre nieve, y no deseé llegar hasta el coche pues tan bien me encontraba andando entre la nieve, y charlamos de todo aunque hoy el tema se nos fue hacia los predios de la religión, de la moral y de la ética, y sacamos las fotos de rigor -yo no llevaba cámara pero Manolo siempre anda al quite y Jesús le acompaña-, y volvimos contentos dejándonos ganar por el bautismo blanco, y juro y lo repito que no quería llegar pues tan bien me encontraba en el camino, nevado y todo blanco.
Y ha sido ya en la tarde, en esta media tarde en que escribo estas líneas, cuando el cielo se nos ha puesto claro y ha dejado sus huellas en la sierra, cargadita de nieve y reluciente, brillando contra el sol, a la espera -otra vez con los hombres del tiempo- a que esta noche vuelvan las borrascas y nos dejen más nieve. Yo la veré tranquilo en mi terraza, como la veo ahora allá en lo alto. Y serán otra vez los elementos los que me den la base para esta extraña urdimbre que es la vida. La miraré despacio, lentamente, como viéndola ir, como en silencio, no siendo que se rompa. Y yo con ella.
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1 comentario:
Que envidia me dais...puñeteros, lo reconozco.
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