martes, 27 de enero de 2009

ASÍ, SIN MÁS, SIN MENOS

Me gusta imaginar cómo se pone en pie la ciudad, esta estrecha ciudad en la que vivo, igual que las demás, como todas las otras que se acuestan y vuelven a la vida cada mañana.

Esto no es lo que era, por supuesto. En los años pasados, a estas horas ya había muchos obreros atendiendo telares, soportando los ruidos de las máquinas, viendo tejer la vida y haciendo las urdimbres. Aquí se trabajaba día y noche, con turnos, sin descanso, dando pábulo al negocio y al progreso. Habría mucho que hablar sobre el asunto: los pocos tiempos libres, la falta de cultura, las escalas sociales, el desarrollo sin control, la rueda infinita del tiempo y del trabajo…

Hoy todo es diferente. Apenas imagino a algunas personas velando por la noche y al cuidado de que esta rueda no se pare: ambulatorios, residencias de ancianos, algunos vigilantes, los que preparan pan, los de la basura, cualquier trasnochador despistado y poca cosa más. Al resto lo imagino descansando, perdido entre las sábanas, reconciliado con su propio sueño, reponiendo esperanzas, deseando o huyendo de la siguiente aurora. Me asomo a las ventanas con mi imaginación y encuentro escenas de toda condición. No quiero describirlas pero me paro a verlas, a contemplarlas y a considerarlas. Soy un poco fisgón, bien que lo siento.

Escribo cuando la luz se afana en encontrar su sitio en esa divisoria imprecisa entre la noche y el día: está amaneciendo en Béjar. Se descubren los límites de las cosas, se alzan a la certeza los objetos, se aclara la mirada, el horizonte se está haciendo limpio y el día gana peso. A estas horas la mitad de los días ya estoy dando mis clases, tratando de aclarar algún concepto, poniendo en marcha la voluntad y el espacio de la mente. Sé que hay gente que ahora mismo se afana en poner en pie su propio cuerpo, en descubrir que están en otro hermoso día, en entender que las obligaciones aguardan pero que es una suerte enfrentarse a ellas y poder contarlo; sé que hay otras gentes que temen a las horas futuras, que solo ven color gris oscuro en el horizonte, gentes que siguen en su dulce sueño y gentes que se mantienen en él en duermevela y con poquitas ganas de volver a las calles y a sus ocupaciones.

Al fin todo es poner en pie la vida, las buenas y menos buenas ilusiones, los hechos imprevistos, el tiempo en la conciencia, los espacios de siempre y la rutina, las caras de los suyos, las de la risa puesta y las de la tristeza, todo lo que aguarda dentro y fuera en otro día más, en una fecha más, igual que cualquier otra.
Dentro de un rato, las aceras se llenarán de gente que las puebla, que las pisa y las gasta, que va y viene hacia ninguna parte, que se deja llevar por el reloj, por las prisas y por su propio instinto. Hasta que de nuevo la luz quiera marcharse y dejarlos otra vez en posición de firme y de descanso.

Y yo saldré también a caminar la vida: al pan, a dar mis clases, a mirar lo que pasa y lo que ocurre, a pensar en mí mismo, a tomar otro vino con una buena tapa, a charlar de lo bueno y de lo malo, a tender y a planchar que hoy hace falta, a leer otro rato sin saber hasta dónde resulta productivo, a sentirme querido y a querer un poquito, a pensar en los míos, a dar forma a unas líneas que se atreven tímidamente a ponerse en pantalla, a dar forma concreta a cualquier pequeño proyecto, a mirar el espacio y a ver pasar el tiempo. Como cada mañana, como siempre. Así, sin más. Sin menos.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Sin más, sin menos pero con mucho.