viernes, 16 de enero de 2009

CON BUENAS GANAS ME QUEDO

¿Qué puedo yo salvar de esta jornada? Es más de media tarde y el sol se ha retirado. La noche se avecina y llevo mucho rato rastreando por el mundo a través de la red. Suceden muchas cosas pero en ninguna puedo incidir para cambiarla en algo. Nada de lo que anda por ahí me resulta ajeno pero a la vez lo siento tan lejos como aquello que me está vedado y que yo no puedo tocar porque, entre mí mismo y ese mundo, se interpone un cristal a prueba de balas que trasluce casi todo pero que no me deja otra opción que la de mirar y no tocar. Nene, eso no se toca.

Sin embargo, todo eso me araña, me golpea en el cuerpo y me hace tambalear demasiadas veces. Luego supuro un poco y, con frecuencia, destilo algunas líneas de todo lo que fermenta en los adentros. Solo tendría sentido todo esto si yo fuera capaz de trasladar algunas consecuencias a mi actuación diaria, a mis pequeñas cosas, a mis pasos y a mis ocupaciones, a mis palabras y, sobre todo, a mis acciones.

¿En qué me afecta a mí que haya dimitido el presidente del Real Madrid, un tal Ramón Calderón? Pues llenará espacios y tiempos durante la semana. Tal vez yo me duerma esta noche con palabras de fondo en las que se glosen hasta el detalle su actuación y sus glorias y miserias. ¿Y qué? ¿A mí qué se me da? Mañana abriré internet y todas las primeras páginas estarán llenas de los mismos datos. Y la televisión, y la radio, y los periódicos…

E incorporaré a mi vida, hasta que los medios quieran, el runrún de los dirigentes del fútbol, como si la comunidad se jugara su vida en el intento. Después, cuando ellos lo deseen, de acuerdo con las leyes del comercio, se sustituirá el telón de fondo por otras imágenes, y a seguir dejándose llevar por la inercia.
Dicen las normas del periodismo que las noticias se eligen, entre otras razones, por la celebridad de los personajes y por el interés que pueda mostrar el receptor ante lo que se le ofrece. Qué falsedad de toda falsedad. El medio es el mensaje y nada más. Si ya está muy estudiado y contado todo. El asunto tiene mucho más que ver, como siempre, con intereses económicos y con estados de opinión que favorezcan las escalas de valores que interesan.

¿Qué me queda por hacer? ¿Dormir? ¿Promover en mí la ceguera y la sordera? ¿Retirarme a un convento de clausura a leer, a escribir un poco y a cantar gregoriano? Con buenas ganas me quedo. No sé muy bien dónde esconderme.
Si todo parte de mis sentidos y vuelve a ellos transformado, me gustaría que, por el camino, las sensaciones se impregnaran de algo de color y de razón, de un poco de sentido común y de una escala de valores que no me deje casi siempre en la estacada y en la más absoluta de las miserias.

Ando engolfado en Hume y tampoco es que me ofrezca caminos de salvación precisamente. O sea.

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