lunes, 19 de enero de 2009

LA IMAGINACIÓN AL PODER

Las impresiones que me producen las cosas dejan en mí una huella que no sé cuánto dura ni si tiene fin en algún momento. Sí sé que, según el caso que les haga, las impresiones son más o menos fuertes y que yo puedo encararme a ellas con distinta intensidad. Este proceso se me puede quedar en una creencia, en una conjetura, en una posibilidad, en una probabilidad o en una certeza. Si más tarde no reafirmo cualquiera de estas posibilidades con prácticas o repeticiones, sus contornos se me vuelven cada vez más débiles hasta quedarse en bruma y no sé si en nada.

Me pregunto cuáles y cuántas son las impresiones que a mí me pueden llevar a cada uno de estos niveles. Desde luego al de las certezas, muy pocas. Mi reino y mi estado natural es el de la duda. La certeza absoluta me parece que aplasta y que deshumaniza. Pero tengo que reconocer que me gustaría guardar un pequeño ramillete de certezas a las que poder acudir en todos los momentos de flaqueza y de desengaño. O sea, que me gustaría ser un poco más animalote en algunas ocasiones y ceder al mundo de la tranquilidad tanta desconfianza.

Como mi razón (¿solo la mía?) alcanza tan pocas veces el grado de la certeza, me queda el extremo de las creencias para situarme en el mundo de la tranquilidad. Pero me parece que también es el ámbito de la cobardía y de la falta de honradez intelectual. Pienso, claro, en el mundo religioso, pero también en el mundo de la razón, en el que también se trabaja con las creencias como grados leves de aproximación a la verdad.

Parece que me queda el mundo difuso de las conjeturas, de las posibilidades y de las probabilidades. Y así ando por el mundo, como a gatas, cayendo y levantándome, tomando certeza de la imposibilidad de controlar las cosas y buscando escapes en la creación ocasional de mundos personales en los que las impresiones las creo yo mismo y las realidades las forjo yo también a mi manera.

Es el mundo de la imaginación el que me permite liberarme y el que me lleva a instalarme en el mundo que yo creo, en la realidad que me interesa, que puede ser próxima a la externa, si es que esta existe fuera de mis impresiones, o puede no parecérsele mucho. Y desde el mundo de la imaginación, al de la creación. No hay más que un paso, una simple actitud. Y un cambio cualitativo muy visible. Es este otro mundo que también te puede doler y te puede sangrar y te puede hacer reír y te puede hacer vivir… Y que te obedece por momentos, o se enfrenta contigo. Pero al que tú le puedes hacer frente o arrojarlo al olvido. No es poca cosa.

N.B. Yo no soy hijo ni nieto del 68. No me enteré de nada en aquel momento. Como casi todo el mundo, salvo los hijos de cuatro privilegiados y ricachones. Pero sirva el título para su recuerdo.

1 comentario:

Adu dijo...

Casi ninguno nos enteramos de mayo del 68, éramos unos niños -los que éramos-.
Pero eso mismo es lo que sucede: los políticos derrochan poca imaginación, repiten las mismas cosas aprendidas de memoria sin saber qué significan. No se atreven a inventarse algo (o cuando lo hacen la cagan
-con perdón-, como vuestro amigo ZP con lo de los 400 €, más le valía haber preguntado antes a Solbes).
Y nosotros por aquí mientras comiéndonos el coco sobre los grados de certeza.
¿Cómo queremos que vaya bien el mundo?
Perdonadme, hoy estoy un poco febril.
Post.data.- No soy del PP ni le voto. Aclaración francamente necesaria por la alusión a ZP.