Supongo que a estas horas, primeras del Día D, habrá muchas manos tecleando las letras del nombre OBAMA. Resulta casi inevitable por lo que supone de simbólico.
Reconozco, una vez más, mis reticencias con todo lo que llega desde la meca del dinero y del celuloide, pero también desde mi admiración por alguna de las señas que distinguen a esa comunidad. Mis contactos con norteamericanos únicamente se han producido por dos vías, la de los medios públicos de comunicación y la de la lectura de algunos de sus escritores y las clases con alumnos norteamericanos en Salamanca. Desde esa perspectiva pienso y anoto.
Yo también tengo un sueño, pero me dura poco, despierto pronto de él y lo hago con alguna pesadilla. Cuando despierto, todavía veo a más de cuarenta millones de estadounidenses mendigando a la puerta de los centros médicos por no poder pagarse su curación, veo sus rascacielos lujosos desde donde se deciden tantas cosas que tienen como interés principal y casi único el beneficio de los accionistas, contemplo a buena parte de la sociedad sumida en una especie de mesianismo que los empuja hacia su interior pero desde la comodidad y no desde el razonamiento, me aturden los ruidos de las armas de combate “poniendo orden” en el mundo al son de lo que se decida desde unos despachos, y confirmo una escala de valores que en casi nada me complace y que tiene como meca la escala que transmite al resto del mundo esta comunidad a través de sus terminales, y que es seguida con papanatismo por el resto de los países. Y observo muchas más cosas que me dejan perplejo y con desasosiego.
Yo también tengo un sueño, pero me gustaría levantarme con más tranquilidad de él. Me gustaría que el imperio no fuera único, que las sinergias que puedan producir los seres que habitan el mundo no tuvieran la cortapisa de tener que orientarse hacia el único vértice de mando que se observa. Me gustaría que esa sociedad, aparentemente tan adelantada, diera cauce, sin ver fantasmas por todas partes y sin persecuciones, a la libertad de pensamiento y a la discusión serena sobre otras posibles formas de organizar la vida de las comunidades. Me gustaría que todas las realidades y los avances que allí se generan tuvieran como fin el bienestar de toda la comunidad internacional y no solo la de las grandes compañías. Me gustaría que, junto al valor de la persona como ser individual, se tuviera en cuenta la absoluta necesidad de considerar la dimensión social del ser humano, y que, como consecuencia, todas las energías y las políticas tuvieran un sesgo más social. Me gustaría que esa escala de valores que transmiten a diario al mundo tuviera más de normalito y de racional, y menos de estrellas de Hollywood, con su humo y su nada a cuestas. Me gustaría…
Yo también tengo un sueño, y espero que en parte se cumpla. Porque lo deseo y todos lo necesitamos. El nuevo presidente del imperio tiene un camino difícil pero cuenta con el impulso de todos los hombres de buena voluntad del mundo. Me gustaría que entendiera que ahora mismo es un símbolo y que no puede perder esa condición. Por detrás ha dejado la nada y la subnormalidad, ha dejado a un presidente subnormal, imbécil, beodo y mesiánico. Imposible alcanzar tanta estulticia y tanta sinrazón. Algo tenemos ganado por ahí. Pero, desde esa nada, no será sencillo reorganizar el campo quemado extendiendo los brazos hacia los demás países que aguardan ese empuje. Hay tanto lobo suelto, tanto interés pendiente, tanto egoísmo al acecho, tanto patrioterismo camuflado.
Yo también tengo un sueño. Estoy ilusionado pero no me hago ilusiones. Sé que muy pronto llegarán los errores y los egoísmos, y sé que lo que se esperaba azul y blanco se convertirá en gris y hasta en negro. Pero no empeorará: es imposible. Con poco me conformo. Y, como son tan de aparato y tan aparatosos y litúrgicos, que Dios los bendiga y que a todos nos coja confesados. Hala.
martes, 20 de enero de 2009
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