Otra vez he dejado a Salamanca sumergida en la noche, colgada en un espacio que se me hace lejano en cuanto doy dos pasos hacia casa. Porque esta ha sido otra tarde de mimos y cuidados, de salmodias imprecisas y de paseos continuos por un pasillo eterno. He visto la ciudad anochecida después de un proceso de lenta oscuridad. Las luces salpicaban todo el espacio y se hacían más presentes y más densas a medida que las tomaba la noche. Yo dejaba correr mi vista para no quedarme ciego, pero volvía de nuevo a caminar sin tregua por aquellos pasillos imprecisos.
Tuve tiempo de devanar de nuevo la inutilidad de tantas cosas, la falta de sentido de casi todo, la sensación de impotencia ante lo irremediable, que se regodea en el tiempo y en la repetición.
Estamos muy poco preparados para encarar con ánimo la muerte. No estamos educados para dar por bueno el paso del tiempo y sus irremediables consecuencias. Pero seguramente para lo que estemos peor entrenados sea para soportar con decoro la degradación del ser humano. Es en ese trayecto en el que peor me siento, donde más pierdo pie, donde me anego y me ahogo tantas veces.
Ando buscando apoyo donde puedo. No es poco el que me ofrece algún estoico. He vuelto otra vez a Séneca. Compro cualquier boleto con tal de que me sirva de consuelo. No estoy para más fiestas.
lunes, 12 de enero de 2009
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1 comentario:
Coincidimos en que la degradación del ser humano y la enfermedad, es lo que se lleva peor, animo Antonio, que vea siempre una sonrisa en tu boca, la necesita. Un besote.
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