miércoles, 14 de enero de 2009

DESDE EL SER HUMANO

Cuando un ser humano se inicia en el conocimiento, se sumerge en una mezcla extraña que lo lleva al descubrimiento paulatino de sí mismo y de los elementos que se hallan fuera de sí. El niño pequeñito descubre de repente sus manos y el valor que poseen para coger cosas; cualquier día se da cuenta de la situación de sus ojos o de sus pies, y acaso al día siguiente se sorprenda ante el espejo identificando las partes de su cara. Cualquier otro día descubrirá su sombra como primera proyección de su cuerpo, o entenderá que hay algo que se llama gusto y que selecciona alimentos, o la necesidad de cubrirse porque hace frío.

Junto a estos elementos que se mantienen en él mismo, aparecen otros que llegan desde afuera y que le hacen tomar conciencia de las otras cosas. Ahí están sus padres, o los otros niños, o el pueblo en el que viven, o un concepto sencillo que se asoma a su mente. Seguramente después llegarán la lectura y la escritura, y los deseos de ir aclarando conceptos y verdades que se ocultan a una mirada limpia e inmediata. Y ahí fraguará alguna lógica que lo acerque al razonamiento y que lo llevará hasta donde su desarrollo o las casualidades quieran instalarse.

En todo el recorrido, por muy largo que resulte este camino, no hará otra cosa, si no quiere perder lastimosamente el tiempo, que irse descubriendo a sí mismo en todas las posibilidades. Nada tendrá sentido si no parte del mismo ser y vuelve a él mismo para su aprovechamiento. Al fin y al cabo, todo conocimiento debe tener su asentamiento en los sentidos de la persona y ellos son el principio y el fin del recorrido.

Por eso, si las realidades exteriores son tales, lo son, en cuanto al conocimiento se refiere por lo menos, como creación de los propios sentidos, pues ellos las perciben, cuando no las crean desde sus propios intereses.

¿Cómo se puede llegar, por tanto, a demostración de la existencia de realidades si no es partiendo de la realidad del ser humano? Acercarse y penetrar la realidad humana, desde sus elementos físicos, tendría que resultar tarea prioritaria para todos. La verdadera ciencia, acaso la única ciencia, es la ciencia del hombre, la del conocimiento de sus realidades, de sus partes, de sus posibilidades de conocimiento, de la encarnación de sus anhelos y de sus aspiraciones. Y toda la fundamentación de esa ciencia del hombre tiene que basarse en la experiencia continua y en el ordenamiento lógico que de esa experiencia realicemos. De todo tipo de experiencias, pero que sean experiencias razonables y de base humana; entre otras cosas porque todas lo son, a no ser que tengan que ver con imposiciones irracionales y, entonces, poco o nada tienen que ver con el ser humano.

Tengo la impresión de que vivo en un mundo preñado de supersticiones y de imposiciones irreales en las que el ser humano es más sujeto pasivo que creador activo de sus realidades: religión, loterías, supersticiones, costumbres, escalas de valores sociales…

A por el hombre y sus primeras realidades. A por mí mismo. Con mis escasas posibilidades y con mis miserias.

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