Termino la lectura y reflexión de la parte fundamental del “Tratado de la naturaleza humana”, Hume. Seguiré rumiando pero más despacio. Me llama la atención su sentimiento final de melancolía y de desilusión, después de haber dedicado todo su esfuerzo en indagar las posibilidades de la mente humana, y de haberlo hecho con la mejor de sus intenciones.
Su obra supone un zapatazo al idealismo en su versión más irracional y un impulso enorme a la mente humana y a su capacidad de razón. Este zapatazo es racional y no pasional como el que le lanzaron al presidente beodo de los Astados Unidos que ha dejado el cargo. En alguna medida, es la base del empirismo inglés, que, junto con el idealismo alemán, forman las dos ramas fundamentales del pensamiento filosófico moderno. Pero, ay, los resultados y la investigación llevaron a Hume a la certeza de los límites evidentes de la mente y de la razón, a la confirmación de que podemos llegar a pocos sitios de manera segura y a la seguridad de que nos movemos en la vida a ciegas y a trompicones. Aunque tuvo los reaños para partir del hombre y para volver al hombre en sus investigaciones. Como para sacar pecho y proclamar dogmas. Ya, ya. Al final ser trata de otra versión de aquel “solo sé que no sé nada”.
Y es que siempre pasa: cuanto más se indaga, menos seguridades se producen y más aristas se le traslucen a la realidad. Conviene saber con qué honradez nos enfrentamos a la vida desde estas consecuencias. Hay quien levanta la cara como si conociera todo el horizonte. Pobrecillo. Y hay quien la esconde por miedo a mirar de frente. Pobrecillo también. Qué difícil es conjugar ambas posturas. Porque hay que vivir a pesar de todos los pesares, y hay que enfrentarse al tiempo y al espacio, y hay que levantarse cada día, y hacer como que se sabe, sabiendo que no se sabe nada, y engañarse a todas horas, pero sabiendo que se vive en el engaño, y articular las horas como si bien supiéramos lo que ha de sucedernos en el futuro.
¿Por qué, pues, el deseo de seguir en la lucha racional? Estas son sus palabras: “Siento crecer en mí la ambición de contribuir a la instrucción de la humanidad, y de ganar renombre por mis invenciones y descubrimientos. Estos sentimientos surgen en mí de un modo natural en mi disposición presente, y si tratara de disiparlos dedicándome a otra tarea o divirtiéndome en otra cosa, siento que me perdería un placer: y este es el origen de mi filosofía.” Al fin y al cabo, como él mismo reconoce, “los errores en materia de religión son peligrosos; los de la filosofía, solamente ridículos.” Tal vez por eso concluya así: “La Naturaleza humana es la única ciencia del hombre.”
Suscribo el planteamiento y me declaro egoísta y egotista. También con melancolía y desesperanza.
miércoles, 21 de enero de 2009
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