Creo que sí he salvado el día, y no solo un momento. Lo salvé esta mañana de camino hacia el escondido pueblo de Montemayor, por el valle que riega el Cuerpo de Hombre cuando ya se remansa buscando tierras extremeñas. Hoy apareció Mayca (no sé si lo escribo bien) con su coche y su sonrisa, y yo le puse cara, bella cara, a una de mis lectoras. Creo que se va a aficionar a venir con nosotros y tiempo habrá de medir sus palabras y sus gestos. A mí me ha causado una impresión muy positiva, adivino en ella sensibilidad y ganas de sacarle a la vida un buen partido. Bienvenida a la panda, Mayca. Con ella, con Manolo y con Jesús, le dimos esquinazo a la sombra que dominaba la ladera norte y nos fuimos tomando el sol carretera adelante, soltando las palabras, paseando la vista, reconociendo vacas en los prados junto al río, saboreando el rumor de la corriente, sintiéndonos hundidos en lo más profundo del valle, lejos del cielo y pegados al suelo.
Estaba la mañana fresca pero se fue poniendo tibia a medida que hollábamos la carretera y el sol se ponía en lo más alto, como dando fe de su apabullante presencia. Las vacas se agrupaban en los prados, con sus caras monótonas y siempre a ras de tierra. Algún ganadero esparcía hierba para que comieran plácidamente al amparo del sol de la mañana.
El pueblo estaba limpio y en silencio. En la plaza mayor un hombre anciano se nos vino de frente. “¿Cuántos años, buen hombre?” “Y cuatro los que caigan. Noventa y cuatro”. Venía de comprar el pan y se quejaba de sus piernas, pero apuntaba con orgullo a su cabeza como afirmando que se mantenía en forma y dispuesto a no dejarse vencer muy fácilmente.
Junto al río comimos y bebimos, escuchamos el sonido del agua, camino siempre del mar, recordamos lo hermoso del paisaje y de la buena compañía, y nos sentimos satisfechos del viaje.
La vuelta fue un paseo bajo un arco continuo de sombra en el camino. Hasta el Puente de la Malena. Demasiado festejo adobado de palabras, de sonidos y de colores. Un lujo de paisaje. Una hemorragia de satisfacción, Manolo. Un joven peregrino pasó junto a nosotros. Venía de Sevilla y su fe lo llevaba camino de Santiago. Que tenga buen viaje.
La tarde ha sido toda para mi madre y para mi hermana, que ha venido a hacerle una visita y que se ha quedado con los ojos como platos comprobando los adelantos que hemos conseguido. Todo ha sido estupendo, salvo el final del día. Mi madre, ya cansada por no dormir ni un rato, ha vuelto a su mundo y me ha robado un poco de tranquilidad. Pero ahora duerme. Yo la miro contento y ahí la dejo en su cama.
domingo, 5 de octubre de 2008
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1 comentario:
Lo salvamos todos los días que cogemos camino y desfogamos la naturaleza nos ayuda, es nuestra gran aliada.
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