domingo, 19 de octubre de 2008

NO MÁS DE TRES APUNTES, TRES MINUTOS



Pon un lugar para el dolor y otro para el júbilo. Ten los dos a punto y en cámaras cercanas y, siempre, abre una puerta y déjala entornada para que se den la mano los habitantes de los dos espacios. Verás cómo, en la noche, se llamarán en susurros y se citarán, cada día en una mesa preparada al efecto, se sentarán a ella, se servirán bebidas y brindarán por el camino andado en compañía. Repasarán el día entre dos brindis y ahogarán los lamentos en lo hondo de las copas; después se quedarán libando lo más dulce, se dormirán cansados y notarán que son de un mismo origen, que se han tejido siempre en los mismos telares, que se han dado la mano tantas veces que ya no las distinguen, que se aman como se aman los que están olvidados de su olvido.

El sol pasa revista cada día a las cosas del suelo. En otoño parece que le entran las prisas y anda con más desorden y más al vuelo. Lo conozco en las tardes, en los ángulos que forma su espejo en la plaza, en la sombra que gana en la carrera, que se afirma en sí misma y se persigue, en los tibios rincones que me acogen también como con prisas y al acecho de nuevas posiciones. En la gente que pasa algo furtiva, en los últimos muchachos que se afanan en ganarle unas horas, en el horario que me impone siempre para salir al aire y ver su cara. El sol lleva la vida. Y yo me inscribo en ella y me sumerjo, y me dejo llevar por su porfía, y soy espectador de las tardes de sol, de la estampa de luz en las laderas, del último horizonte en que se pierden los restos de la vida, del sol que se despide y se entristece, de la tarde que se alarga, de la noche que llega sorprendida.

He bajado hasta el Parque, en unos minutos robados a mi tarea continua. Tan solo una pasada de ida y vuelta, sin tiempo para más. Qué bullicio de pájaros, que algarabía de niños jugando con las últimas luces de la tarde. El suelo ha recogido ya muchas hojas que pierden el sentido de estar entre las ramas. Ellas saben que van de recogida, de nuevo hacia la tierra, a dar abono justo, tras el largo abandono del invierno, a los primeros soles de otro ciclo, allá en la primavera. Ellas van a la muerte, los niños y los pájaros proclaman con sus gritos lo intenso de la vida. Yo los he visto a todos y he seguido en silencio por un camino incierto y pensativo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Tremendamente sensibles y plásticas tus palabras.