Me sigo aprovechando de los ratitos libres que me dejan para salir al aire. Y sigo comprobando que no son ratos libres pues mi pensamiento no cambia de registro. Me sigo empeñando en hacer esos ratos de otro modo, sin sentir que lo mejor sería dar con ellos continuidad a la vida e integrar en su cauce lo que es inevitable. Sé bien de lo que hablo porque hablo sobre todo para mí. Pero así son las cosas por ahora.
He subido esta tarde hasta el Castañar y desde allí he mirado la faz del horizonte. Béjar bullía en su cerro y la luz alumbraba los Picos, la llanura y la otra sierra hermana llamada de Francia. Estas tardes serenas y luminosas del otoño bejarano me gustan como nada. La luz es intensísima, diáfana, transparente. Las sombras son más sombras por contraste y todo se dibuja en un cuadro hermosísimo. Me gusta pasear por la ladera, a la sombra feliz de los castaños. Ya hay gente que se afana en golpear con saña las ramas de estos árboles en busca de sus frutos, cuando aún falta un mes para que estén sazonados y a punto. La salvación sigue estando en la alfabetización.
Nena y yo dialogamos siempre dando vueltas a los mismos temas, esos que nos ocupan tanto en estas fechas. Y le damos vueltas a la vida, y arreglamos el mundo, y hacemos paradiña en el camino, y nos damos una tregua, e intercambiamos ánimos, y hacemos esos ratos más serenos.
Porque aparte de mis preocupaciones absorbentes, me sigue pareciendo la imagen del mundo muy manifiestamente mejorable. Y huyo de su tráfago y sus luchas, me escondo de sus cantos de sirenas, miro y me desanimo en muchas cosas, salgo a su encuentro y enseguida me vuelvo a mis refugios, me escondo en pocas cosas, tal vez en mí mismo y me basta. Ahora además me gana más el tiempo y no me da ni tregua a mirarme al espejo. Por eso tal vez ni siquiera me desnude ni me busque tanto como debería hacerlo. En fin, así es la vida. Démosle tiempo al tiempo.
lunes, 6 de octubre de 2008
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