jueves, 16 de octubre de 2008

EL HIJO QUE NO ES DE DIOS

Hoy, en lugar de ser intertextual, sencillamente me apropio de un texto que pico y copio aquí. Lo hago como homenaje a quien lo ha escrito y porque suscribo plenamente sus tesis principales.

En un hospital de Sevilla ha nacido un niño, concebido como con el añadido de que, además podía curar a su hermano de una enfermedad rara. La jerarquía eclesiástica, como siempre, con el grito en el cielo. La prensa de Salamanca es sencillamente infumable y de estercolero, pero en El Adelanto ha aparecido este artículo firmado por Nacho G. Gas. No sé cuál es su situación laboral pero no le arriendo las ganancias. En todo caso, mis felicitaciones para él.


EL HIJO QUE NO ES DE DIOS
A los obispos les pasa como a don Quijote con las novelas de caballerías: de tanto leer la palabra de Dios, terminan por ver gigantes donde solo hay molinos. La penúltima locura tiene que ver con su oposición a que venga al mundo un niño con poderes para curar a su hermano, condenado a muerte por una enfermedad diabólica. ¿Les suena el argumento? De hecho, la única diferencia entre Javier, de Sevilla,, y Jesús, de Nazaret, es que la historia del nuestro va de ciencia y la del suyo, de ciencia ficción.

Decimos del nuestro porque este bebé es hijo del Hombre, así, con mayúscula, que bien lo merece la decisión de ver más allá de sus narices; y decimos del suyo porque aquel es hijo de Dios, del tiquismiquis que lleva dos mil años sacándonos peros y diciendo no a todo menos al cepillo.

El bebé de Javier y Sonsoles es un milagro de la fe en nosotros mismos. En cambio, el bebé del Papa Ratzinger es solo un spot, o como decía el otro, un invento de la Metro Goldwyn Mayer.

A la Iglesia no le gusta la ciencia por lo mismo que a mi abuela no le gusta la de la fabada, porque le quita méritos, o sea, clientes. Por eso, cada vez que el pequeño Javier respira, el contable vaticano se asfixia un poco más; o dicho de otra manera, cada vez que un laboratorio descubre algo, la Biblia pierde una hoja.
Celebremos el nacimiento de Javier y la resurrección de su hermanito dando las gracias a la Ley de Reproducción Humana Asistida, aprobada hace dos años a pesar de los votos en contra de los señores píos del Partido Popular, que prefieren ver morir a sus hijos antes que aguantar la bronca del cura y el voto de castigo de los Carlos Jesuses del Opus Dei. Seguro que habría menos bancos vacíos en el templo si los cardenales, en vez de santificar a tipos como Escribá de Balaguer, elevaran a los altares al doctor Fleming y compañía.

Por cierto, que el hospital sevillano donde el equipo del doctor Guillermo Antiñolo obró el milagro se llame Virgen del Rocío es el colmo de la contradicción, aunque suponemos que Rouco, con lo serio que es, ya habrá dado orden de que se quite tan venerable denominación a ese centro del pecado. De hecho, si los católicos fueran consecuentes, tendrían que manifestarse para que se cambie el nombre a los muchos hospitales de este país bautizados como San tal o Virgen del cual, porque allí, ay, se practican a diario técnicas contrarias a la ley de Dios. Es más, la Conferencia Episcopal debería suprimir la oferta de servicios espirituales a familiares y enfermos en todos aquellos centros sanitarios que no comulguen con las ruedas de molino que por brazos de gigantes nos venden los obispos.

Benditos sean los laboratorios de la verdad, porque a golpe de microscopio les están desmontando el chiringuito, y benditas sean las crisis de fe que no tienen remedio. Como dijo no sé quién: “No hay más Dios que el ser humano / ni más cielo que esta Tierra. / La fe solo es una mano / revolviendo en tu cartera”.


Me rechinan los ripios finales pero lo firmo todo de la hoz a la coz. Este tío me ha robado el artículo: me gustaría haberlo escrito yo mismo. Y, por si fuera poco, es que, además, está bien escrito. Lo dicho, enhorabuena. Y a pensar.

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